
MENSAJE
A LOS JÓVENES DEL MUNDO
CON OCASIÓN DE LA
XXI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
[9 de abril de 2006]
«Para mis pies antorcha es tu palabra,
luz para mi sendero» (Sal 118 [119], 105)
¡Queridos jóvenes!
Al dirigirme con alegría a vosotros que os estáis preparando para la XXI Jornada Mundial de la Juventud, revivo en mi alma el recuerdo de las experiencias enriquecedoras hechas en Alemania el pasado mes de agosto. La Jornada de este año se celebrará en las diferentes Iglesias locales y será una ocasión oportuna para reavivar la llama del entusiasmo encendida en Colonia y que muchos de vosotros habéis llevado a las propias familias, parroquias, asociaciones y movimientos. Será al mismo tiempo un momento privilegiado para hacer participar a tantos amigos vuestros en la peregrinación espiritual de las nuevas generaciones hacia Cristo.
El tema que propongo a vuestra consideración es un versículo del Salmo 118[119]: «Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero» (v. 105). El amado Juan Pablo II comentó así estas palabras del Salmo: «El orante se derrama en alabanza de la Ley de Dios, que toma como lámpara para sus pasos en el camino a menudo oscuro de la vida» (Audiencia general, 14 de noviembre de 2001: L’Osservatore Romano, ed. española, p. 12 [640]). Dios se revela en la historia, habla a los hombres y su palabra es creadora. En efecto, el concepto hebreo “dabar”, habitualmente traducido con el término “palabra”, quiere significar tanto palabra como acto. Dios dice lo que hace y hace lo que dice. En el Antiguo Testamento anuncia a los hijos de Israel la venida del Mesías y la instauración de una “nueva” alianza; en el Verbo hecho carne Él cumple sus promesas. Esto lo pone también en evidencia bien el Catecismo de la Iglesia Católica: «Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta» (n. 65). El Espíritu Santo, que guió al pueblo elegido inspirando a los autores de las Sagradas Escrituras, abre el corazón de los creyentes a la inteligencia que éstas contienen. El mismo Espíritu está activamente presente en la Celebración eucarística cuando el sacerdote, pronunciando «in persona Christi» las palabras de la consagración, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para que sean alimento espiritual de los fieles. Para avanzar en la peregrinación terrena hacia la Patria celeste, ¡todos tenemos que nutrirnos de la palabra y del pan de Vida eterna, inseparables entre ellos!
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