Carta de
Mons. D. Jesús García Burillo
Obispo de Ávila
Queridos diocesanos:
En mi carta anterior recogía el mensaje del Papa Francisco para la cuaresma, que nos alertaba contra los falsos profetas, los “encantadores de serpientes” que se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas, que se dejan fascinar por un placer momentáneo confundiéndolo con la felicidad; a los fascinados por el dinero o el poder, a los que se bastan a sí mismos y no necesitan a nadie ni a Dios. Son también “charlatanes” que ofrecen soluciones fáciles al sufrimiento: pensemos en los jóvenes a quienes se ofrece la droga o el alcohol o unas relaciones de “usar y tirar”, o ganancias fáciles pero deshonestas. Estos falsos profetasamenazan con helar los corazones por medio de la avidez, del apego a las cosas o a las personas; por el rechazo a Dios y al prójimo, a quienes vemos como “enemigos” de nuestros deseos.
Y el Papa, entonces, se pregunta ¿qué podemos hacer? Y nos da las tres respuestas que la Iglesia ofrece cada año en el tiempo de cuaresma: oración, limosna y ayuno. Hoy hablamos de la oración.
En mi carta pastoral para este año Jubilar os he propuesto caminar con determinación, es decir, entrar decididamente en nosotros mismos para orar. Y la Santa nos pregunta: ¿por qué no entramos dentro de nosotros y hacemos oración? La respuesta más frecuente es que no tenemos tiempo, que vivimos muy ocupados, agobiados, dispersos en mil responsabilidades y tareas. Muchos quisieran tener tiempo para dedicarlo a Dios, pero rara vez pueden hacerlo por sus muchas ocupaciones. A estos se dirige la Santa: “están muy metidas (las almas) en el mundo, tienen buenos deseos y alguna vez, aunque de tarde en tarde, se encomiendan a nuestro Señor; alguna vez al mes rezan llenos de mil negocios, que a donde está su tesoro se va allá el corazón… en fin entran con ellos tantas sabandijas que ni les dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar” (1M 1,8). Qué lástima –nos dice ella- perdernos la entrada en este castillo resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida, plantado en las aguas de la vida que es el mismo Dios. Porque las personas que no tienen oración –dice ella- son como tullidas o paralíticas.
La Santa habla de tres obstáculos principales que nos impiden entrar en el castillo interior del alma. El primero es la falta de humildad. Nos lo acaba de describir: no tenemos tiempo para nada, estamos ocupadísimos en los asuntos vitales, no tenemos capacidad para reconocer nuestras carencias, la ausencia de lo que es esencial en nuestra vida, nuestros quehaceres y agobios. El segundo obstáculo es el hecho de encontrarnos muy alejados de Dios. La Santa lo dice más claramente: “no hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra” como vivir en pecado mortal. Cuando alguien usa de su libertad para oponerse deliberada y gravemente a la voluntad de Dios no puede hacer el camino interior porque no es capaz de percibir la belleza del castillo ni se encuentra con ganas ni disposición de hacerlo. El remedio a este obstáculo reside –lo sabemos- en el sacramento del Perdón. Y el tercer impedimento está relacionado con los anteriores y consiste en la dispersión interior. Uno puede reconocer que necesitaría llegar a Dios, mantener con Él una relación fluida y frecuente que le diera seguridad, alegría y gozo en el vivir diario… pero si estamos dispersos, revueltos interiormente, somos incapaces de emprender el camino del encuentro con Dios.
Os animo, queridos amigos, a afrontar y superar nuestra dispersión y a emprender el camino del encuentro con Dios en este tiempo de cuaresma. Habremos respondido así a la primera invitación frente a los falsos profetas: la oración. Con mi afecto y mi bendición para todos.
✠ Jesús García Burillo
Obispo de Ávila