Vigilia de oración con jóvenes

Meditación del
Card. D. Carlos Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid

osoro vigilia

S.I. Catedral de Sta. María la Real de la Almudena, Madrid
Viernes, 1 de febrero de 2019

Estamos en estas vísperas de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. En esta oración que todos los viernes primeros de mes hacemos, y que de alguna manera todos los jóvenes protagonizáis. Y, hoy, de una forma especial, también los que en juventud queréis regalar la vida al Señor y convertiros en presencia del amor de Dios, en obra de Dios, dejándoos seducir, Y en cercanía y en misión, para manifestar esta obra de Dios. Todos queremos estar junto a vosotros, los que habéis venido a esta oración, y también con todos los consagrados del mundo. Porque no hay distancias junto a nuestro Señor Jesucristo cuanto nos situamos en Él, desde Él, con Él y por Él.

La página del Evangelio que hemos escuchado es la que se va a proclamar este domingo próximo. Y quizá podríamos decir nosotros: bueno, pero qué tiene que ver esta página con cada uno de nosotros… Yo creo que mucho. Porque, si os habéis dado cuenta, al finalizar el Evangelio se nos dicen unas palabras ante las cuales tenemos que preguntarnos por qué le sucedió esto al Señor, que era una presencia viva del amor de Dios. Él, que había entrado en la sinagoga y había proclamado, cogiendo el libro del profeta Isaías, esas palabras: yo he venido a sanar los corazones afligidos, desgarrados, a dar a los ciegos la vista; he venido a hacer algo novedoso, nuevo, que cambia el corazón y la vida de los hombres… Pues, sin embargo, al finalizar el Evangelio hemos escuchado que lo empujaron fuera del pueblo, hasta un barranco, con intención de despeñarlo… Pero, sigue el texto diciendo: «Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba».

Yo quisiera acercar esta página del Evangelio a nuestras vidas con tres palabras que están presentes en este capítulo 4 de san Lucas que hemos proclamado: avergonzados, reconocidos y enviados.

¿Por qué la primera palabra: avergonzados? Cuando el Señor dice: hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. Es verdad que había una aprobación y admiración de las palabras de Jesús, de sus palabras de gracia; pero sus paisanos estaban escandalizados de que solo dijese palabras positivas de Isaías… Isaías tiene unas palabras también duras. Más negativas.  Pero Jesús solo dice palabras positivas. Porque es la presencia del amor de Dios. Es el amor mismo de Dios, que no tiene suciedad, no tiene mentira, rehace a la persona, reconstruye la existencia humana. Y aquellos paisanos suyos se avergüenzan, porque hubiesen querido que hubiese dicho algo: y castigará a los otros pueblos, y castigará a los que no pertenecen al pueblo de Israel, y vendrán, qué sé yo, pestes y no sé cuántas cosas más. Muchas veces el pueblo de Israel creía que eso era lo que tenía que hacer. Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. Pero es que el Señor ha cogido una página y unas palabras de Isaías en las que dice que Él ha venido a dar vista, a sacar de la cárcel, ha venido a entregar el amor de Dios.

A mí me gustaría que esta noche, todos nosotros también, en las vísperas de la Jornada de la Vida Consagrada, sintamos también ante Jesús -realmente presente en el misterio de la Eucaristía-, escuchando sus palabras, viendo en su presencia la presencia misma del amor de Dios, que a veces nosotros también sentimos vergüenza de dar la vida, simple y llanamente, para manifestar esta presencia del amor de Dios. Para convertirnos fundamentalmente en una obra de Dios.

El lema de este año de la Jornada Vida Consagrada es Padre Nuestro. Presencia, precisamente, del amor de Dios. Es Jesucristo, nuestro Señor. Los paisanos de Jesús se avergonzaban.

Pero, por otra parte, hay otra palabra: reconocidos. ¿No es este el hijo de José? Reconocieron que no era alguien que venía de lejos. Que era paisano suyo. Había vivido en Nazaret. Y cuando afirman o hacen esta interpelación –«¿No es este el hijo de José?»–, no quieren decir: Qué bien habla. No. Quieren decir: ¿Pero, quién se ha creído este para cambiar las escrituras y solo decir lo positivo de Isaías, el amor que trae Dios a los hombres, y que trae Jesús, porque en él se cumple esa escritura? ¿Quién se ha creído? ¿Cómo siendo hijo de José puede comportarse de esta forma?

Y es que Jesús aporta una novedad. No solo quiere la gracia de Dios para ellos y la venganza para los de fuera, que era lo que querían sus paisanos. Él quiere la gracia para todos los hombres. Y por eso, si os habéis dado cuenta, en el Evangelio dice: muchas viudas en tiempos de Elías. Pero no fue enviado a ninguna de ellas; solo a una viuda de Sarepta. De fuera del pueblo de Israel. De Sidón. Del lugar de los paganos. Porque el amor de Dios es expansivo. Es misionero. Ahí se reconoce Jesús. O esa otra expresión que dice el Evangelio: había muchos leprosos en tiempos de Eliseo, pero solo fue curado Naamán el sirio. Fuera del pueblo de Israel.

Reconocido Jesús como alguien que trae una novedad diferente. Que trae algo nuevo para los hombres. Y además lo trae para todos los hombres, no para unos pocos: para todos. No para los de un pueblo, no para los que tienen… No: para todos. Y así es reconocido por sus paisanos. Y les extraña: pero, ¿no es el hijo de José? ¿No tendría que decir que lo importante es para nosotros…?

Como veis, tres palabras: avergonzados. Sí. Sentir vergüenza de Jesús. Y escándalo, porque coge y expresa que el amor de Dios es lo que tiene que tener sitio en esta tierra. Y reconocido, porque Él mismo es la manifestación de ese amor a Dios.

Y, en tercer lugar, otra palabra: enviado. Enviados. Se abrió paso entre ellos y se alejaba. Y, además, con el convencimiento de que, como era sábado, no podían poner las manos sobre Él, porque no podían hacerlo sobre nadie. No podían hacer ningún trabajo. Se abría paso. Jesús no responde a las expectativas que a veces tienen los hombres: expectativas de triunfo, de carrerismo, de vivir para sí mismo, de conquistar para Él lo más importante. No. Jesús es enviado a regalar el amor mismo de Dios. Sí. A ser presencia viva del amor del Señor: en la sinagoga, en los caminos, con las personas con las que se encontraba… Presencia viva del amor de Dios.

Se abrió paso entre ellos. Queridos amigos: ¿no tendrá algo que ver a veces esa especie de inhumanidad que existe en nuestro mundo, no? Tanta gente que vemos por televisión que se muere y estamos tan tranquilos; nos da pena al principio, pero apagamos la televisión y dormimos tan campantes. Otros que están muriendo por guerras, por enfrentamientos, por luchas. Pero morir por el otro, amando al otro, no matando, dando la vida por el otro, regalando la vida por quien sea y, sobre todo, especialmente, por aquel que está sufriendo más en la vida; prestando la vida para hacer presente en este mundo esa novedad absoluta que es el amor mismo de Jesucristo. ¿No tendrá algo que ver esa especie de fallo de un humanismo verdadero en esta tierra en la que estamos y habitamos con el desalojo de Dios? ¿Con querer retirarle?.

Pues mirad: la vida consagrada es un empeño por mantener viva la presencia de Dios en medio de este mundo. Por mantener viva esa presencia de Dios que no es etérea. Utópica. No. Viene del realismo. De conquistar los corazones de los hombres, porque todos están necesitados de ese amor de Dios. Todos.

Aquí podríamos decir nosotros, o hacernos esta pregunta, y decirle al Señor: Señor, ¿podemos construir una sociedad y un mundo sin ti? ¿Sin tu amor? ¿Haremos algo que tenga fuerza, que dé convicciones, que dé capacidad para dar la mano a todos? No para destruir, no para romper… ¿Tendremos capacidad para construir esta cultura del encuentro, que ya inició tu Santísima Madre la Virgen María cuando dijo a Dios: aquí estoy. Aquí me tienes. Quiero dar rostro a Dios.

Enviados. Sí. Enviados somos. Si de algo tendríamos que tener vergüenza es de no mostrar el amor de Dios a los hombres. De no tener esa visión universal de que todos los hombres son hermanos. Si de algo o por algo tendríamos que ser reconocidos, es por lo que fue reconocido nuestro Señor Jesucristo. Porque en su pueblo, donde le conocían, donde sabían dónde había vivido, quiénes eran sus padres, Él allí manifestó que hay otra forma, que hay una novedad que es urgente hacer presente en esta tierra. El Señor ha querido elegir gente para que se dediquen sola y exclusivamente a presentar esta novedad. Que no tengan otro trabajo más que presentar esta novedad de nuestro Señor. De su amor. Se abrió paso entre ellos.

Que hoy, ante el Señor, oremos para que ese amor de Dios sea acogido por jóvenes, hombres y mujeres que quieren y desean cambiar esta tierra, pero con la fuerza del amor de Dios. Sí.

Esta noche quizá, al arrodillarnos ante nuestro Señor, empezando por el que os está hablando, que siente vergüenza, porque a veces tiene una mirada raquítica; pero, ante el Señor, también uno se siente reconocido, amado, querido, conquistado, y enviado para mostrar este rostro de nuestro Señor.

Que en este tiempo de silencio sintamos el gozo de la presencia real y viva de Cristo, rostro vivo de Dios que nos ama y que nos llama a hacer presente su amor.

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