Sínodo, la aventura del Espíritu

Carta de Mons. D. Luis Marín de San Martín, OSA
Obispo titular de Suliana
Subsecretario del Sínodo de los Obispos

1. Caminamos juntos en Cristo camino

El Espíritu Santo, con la fuerza del Evangelio, rejuvenece la Iglesia y la renueva incesantemente [1]. Es el soplo divino que está en su nacimiento y la fuerza que la dota de dinamismo para testimoniar al Resucitado hasta los confines de la tierra. Dominum et vivificantem. Es clave de unidad y aliento evangelizador. Ahora, al iniciar el proceso sinodal en la Iglesia, invocamos su presencia para que acompañe el Sínodo en todas sus fases y haga el camino con nosotros.

Porque «Sínodo», etimológicamente, significa «camino que se hace juntos», «caminar juntos», y se refiere a lo que la Iglesia es en sí misma. La sinodalidad pertenece a su esencia, como también la dimensión comunitaria o la misión. Por tanto, no es una moda pasajera, un lema vacío o una ocurrencia del Papa. La Iglesia es sinodal en sí misma. Con lograda expresión, san Juan Crisóstomo afirmaba que Sínodo es nombre de Iglesia [2], es decir, son sinónimos. Por eso, el reto, la aventura que se nos propone es la de concretar y desarrollar la experiencia del «nosotros» como moción del Espíritu.

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Vayamos a lo esencial

Carta de Mons. D. José Luis Retana Gozalo
Obispo de Plasencia

Muchos niños de la diócesis vais a recibir a Jesús por vez primera. Para los párrocos es una importante tarea la organización de las catequesis, la elección de los catequistas y el cuidado de la seriedad de la catequesis, que en tantos casos es el primerísimo anuncio, ya que muchas de las familias actuales no cumplen con la tarea de un primer despertar cristiano. Es necesario partir de cero. No debemos dar nada por supuesto. Pero tampoco debemos desalentarnos pensando que queda muy poco en la vida y en el corazón de los niños que reciben por primera vez a Jesús, tras la primera comunión.

Uno recuerda aquel inolvidable día en que nos acercamos gozosos y llenos de respeto a recibir a Jesús en la santa Eucaristía, que yo recibí el 24 de mayo de 1959. Mi entonces párroco, don Fidel Gutiérrez, me enseñó a decir cada vez que hacía la genuflexión: “Jesús, yo te amo” y siempre lo he repetido al postrarme ante el Señor. Y mi catequista, Julita, jovencísima entonces, se enfrentó al párroco defendiendo que yo, con seis años, estaba preparado para recibir la comunión. Existen cosas que no se olvidan nunca. Luego Julita ha terminado siendo religiosa y yo siempre he tenido la convicción de que su petición constante por aquel niño ha sostenido siempre mi vocación y mi ministerio sacerdotal.

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