
Jesús Sanz Montes OFM
Arzobispo de Oviedo
Homilía Festividad de Ntra. Sra. Virgen del Pilar
Hoy celebramos una festividad entrañable que tiene varios registros por los que dar gracias y entonar nuestro cántico de alabanza. Tiene sabor de patronazgo hispano, y lleva en sus estrofas con música de jota aragonesa la imborrable hazaña descubridora que está unida para siempre a su fecha. Tiene algo de nosotros la fiesta de la Virgen del Pilar. Se ve en lontananza el color de los bosques con sus ocres y amarillos, y se percibe el frescor que exhalan las primeras nieves que adornan las cumbres de su Pirineo, metiéndonos de bruces en esta época de magia dulce y serena de un otoño apenas estrenado. Este ambiente nos acoge en una cita especial en la tierra aragonesa, pero que lo es de toda España e incluso, allende los mares, de toda la Hispanidad. Efectivamente, estamos celebrando la festividad de Ntra. Sra. del Pilar.
Hace más de cinco siglos que sucedió esa epopeya de la historia universal con el descubrimiento de América. Descubrir un mundo nuevo, nuevas gentes, nuevas tierras, encerraba una serie de intereses económicos, políticos y militares. Pero semejante hazaña, llevada a cabo por aquellos hombres con sus luces y sus sombras, sus gracias y pecados, tenía también otro objetivo. No sólo llevaban ambiciones comerciales, no sólo portaban arcabuces y soldadescas, llevaban también el evangelio, la cruz del Resucitado y un mensaje salvador que anunciar compartiendo con aquellas gentes recién descubiertas, la alegría cristiana con toda su belleza. Así se ha hecho el reconocimiento de estos pueblos hispanos hermanos nuestros con los que tenemos en común la lengua, la fe y el afecto mutuo. Nosotros nos mestizamos, los hicimos nuestros y dejamos que nos hicieran suyos, dando por resultado el abrazo hispano que ha marcado el descubrimiento del nuevo mundo. Pero debemos dar un paso atrás en el tiempo, porque mucho antes de esa efeméride histórica, el 12 de octubre es para nosotros una fiesta mariana muy querida: nuestra Señora del Pilar. Hoy nos hacemos peregrinos de ese santuario zaragozano (como lo hacemos aquí en la Catedral de Oviedo que celebra sus 1200 años o como hacemos en el Santuario de nuestra Santina de Covadonga), por allí se nos reclama nuestra mirada y devoción, cuando vamos recuperando la vida normal tras la malhadada pandemia que nos ha secuestrado demasiadas cosas. Si acaba la guerra, hay que salir de las trincheras, porque en las trincheras sólo se mete uno para refugiarse y protegerse, no para vivir la vida y compartirla. Si acaba la pandemia, hay que retomar nuestra vida ante Dios y ante los hermanos que nos acompañan.
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