Santa Misa en la Solemnidad de Todos los Santos

EL OBISPO DE ALBACETE

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

S.I. Catedral – Albacete, 01 de noviembre de 2021

La Iglesia nos invita hoy a celebrar con un gozo inmenso la Solemnidad de Todos los Santos y a dirigir nuestra oración a esa inmensa multitud de hombres y mujeres que siguieron a Cristo aquí en la tierra y que se encuentran ya con Él en el Cielo. La liturgia nos recuerda la llamada de Jesucristo a todos sus discípulos, a todos los bautizados: «Sed santos como vuestro Padre celestial es santo». La santidad, la madurez cristiana, es una exigencia asequible a todos, en las diversas profesiones y estados. La gracia de Dios con nuestra libre colaboración nos quiere regalar a todos la santidad, la perfección, el parecernos a Dios nuestro Padre, que es santo, que es amor.

La Iglesia, nuestra Madre, nos invita hoy a pensar en aquellos que, como nosotros, pasaron por este mundo con dificultades y tentaciones parecidas a las nuestras, y vencieron, triunfaron, alcanzaron la santidad, la madurez cristiana, el cielo. Son esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, según nos recuerda la Palabra de Dios. Todos fueron «marcados en la frente y se vistieron con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del Cordero». La marca y los vestidos son símbolos del Bautismo, que imprime en el hombre, para siempre, el carácter de la pertenencia a Cristo, y la gracia renovada y acrecentada por los sacramentos y por las buenas obras.

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Somos lo que tú nos ayudas a ser. Somos una gran familia contigo

Carta de Mons. D. Francisco Javier Martínez Fernández
Arzobispo de Granada

El lema de este año para la Campaña de la Iglesia Diocesana es sólo una verdad a medias. Porque la Iglesia es una realidad humano-divina, en cuanto que “la Iglesia es [en Cristo] como un sacramento, esto es signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Vaticano II, LG, n. 1). La Iglesia prolonga en la historia la Encarnación del Verbo de Dios. La Iglesia recibe su ser de Cristo, que está en su origen, porque Cristo está siempre presente en ella (Mt 28, 20). El Espíritu de Cristo la vivifica: ese Espíritu que se transmite de generación en generación mediante el ministerio apostólico, la Palabra y los sacramentos, y que no deja de suscitar en ella carismas de todo tipo (Juan Pablo II, Tertio millenio adveniente, n. 45), y personas santas que muestran en el mundo la humanidad nueva y plena que nace de Jesucristo y del don de su Espíritu Santo. En este sentido, la Iglesia, cuya realización plena solo se da en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares o diócesis, es lo que el Señor nos concede ser.

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