Santa Misa para la clausura del Sínodo Diocesano de Orense

Homilía de S.E. Mons. Bernardito C. Auza
Arzobispo titular de Suacia
Nuncio Apostólico en España y en Andorra

S.I. Catedral Basílica de San Martín, Orense
Sábado, 13 de noviembre de 2021

Saúdo con fratenal afecto ó Señor Bispo de Ourense.
Ó Señor Arcebispo Metropolitano de Santiago de Compostela.
Ó Señor Arcebispo-Primado de Braga. 
Ós Señores Arcebispos e Bispos, dun xeito especial ós bispos das dioceses irmás do Norte de Portugal. 
Ós membros da Asemblea Sinodal. 
Ós sacerdotes, ós membros da Vida Consagrada e ós seminaristas. 
Ás Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades que nos acompañan. 
Benqueridos irmáns e irmás: 

Mi presencia aquí, quiere ser expresión de la comunión de esta Iglesia particular con la Iglesia Universal, y signo de vuestra adhesión filial al Santo Padre, el Papa Francisco, a quien me honro en representar en España.  

En la Misa Crismal del año 2016, en esta misma Catedral, vuestro obispo D. Leonardo os convocaba a un Sínodo Diocesano. Con el lema: “Poneos en camino” (Lc 10,3), os invitaba a salir de vuestras inercias y rutinas, para acoger la llamada del Señor, y buscar el querer de Dios a fin de “avivar la fe, renovar la esperanza y acrecentar el ardor misionero de vuestra Iglesia Diocesana”. Hoy, tras la interrupción forzada por la pandemia de la COVID-19, nos unimos a los miembros de la Asamblea Sinodal para alabar y dar gracias a Dios por haber podido concluir los trabajos del Sínodo Diocesano de la Iglesia en Ourense. 

En esta Santa Misa, el Santo Padre os dirige un mensaje, que será leído integro al final de la celebración. En él os exhorta a reconocer “este tiempo de gracia que estáis viviendo como Iglesia particular” y os anima a “seguir caminando con valentía, como San Martín de Tour, – titular de esta Santa Iglesia Catedral – para que el mensaje de Cristo llegue a todos, especialmente a los más necesitados”.  Necesidad que se constata en los diversos “tipos de pobreza que esperan ser atendidas… con una mano extendida sin perjuicios, un oído que sepa escuchar y consolar” y, allí donde ha disminuido o se ha “perdido la riqueza de la fe”, “un corazón misionero que lleve a sus vidas la alegría del Evangelio”. 

Así se expresa para vosotros el Santo Padre manifestando el espíritu que anima a todo Sínodo diocesano.

Detrás del material de las constituciones y decretos que hoy se promulgan solemnemente y ofrecen en esta Santa Misa de clausura y acción de gracias, resalta la experiencia maravillosa de una Iglesia particular que quiere ser fiel a su Señor y a los hombres en su circunstancia concreta histórica. Este tiempo, en el que vuestra comunidad diocesana ha sido movida por el Espíritu Santo, habéis tenido la oportunidad preciosa de vivir, de una forma más intensa, la corresponsabilidad entre todos los diocesanos en los diversos ámbitos de la vida cristiana, en cada estado y cada espacio. Una corresponsabilidad llena de amor al Señor, de amor a la Iglesia que nos hace nacer a la vida en Cristo, de amor fraterno, de amor a los hermanos que juntos, hacen el mismo camino y abiertos también a nuestros hermanos los hombres que, estando en el mundo, participamos del mismo momento histórico. 

El Papa, en el mensaje que os dirige señala también la providencia con la que vuestra experiencia diocesana “se enlaza con la preparación de la dieciséis Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos “por una Iglesia Sinodal: comunión, participación y misión”. Se trata de un enlace, que no solo una cuestión de coincidencia cronológica, …sino, ante todo, en la actitud de la corresponsabilidad, del estar juntos, del caminar juntos.

En este sentido, fijaos qué aplicación tan directa e inmediata tiene la lectura de la Carta a los Colosenses proclamada en el acto que estamos celebrando. San Pablo evoca las virtudes propias de una constructiva vida familiar como consecuencia de la naturaleza propia de la Iglesia de Colosas, como de esta misma Iglesia en Ourense. San Pablo recuerda a los colosenses que son “Elegidos de Dios”. “Santos y amados”. “Convocados en un solo cuerpo”. 

A esta naturaleza, que os constituye, corresponde el desarrollo práctico que, presidido por el deseo y la intención de “hacer todo, ya de palabra o de obra, en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de El”, os empeña en el compromiso y en la corresponsabilidad. Os empeña en el compromiso, el compromiso en la caridad que siempre se muestra viva en la “compasión entrañable, la bondad, la humildad, la mansedumbre, y la paciencia” en el “sobrellevarse” con el perdón, como Cristo nos perdona a cada uno y nos sobrelleva con amor. En el trabajo por la “unidad perfecta”; el anhelo por “la paz de Cristo” en el corazón. El agradecimiento mutuo. Os empeña en la corresponsabilidad ante la Palabra de Cristo, que debe “habitar en vosotros con toda su riqueza, exhortándoos mutuamente con toda sabiduría”. 

Precisamente, por lo que se refiere al Sínodo, tanto al que clausuramos en esta Iglesia Particular, como el que se abre en toda la Iglesia universal, vosotros habéis hecho experiencia de participación para construir pueblo y familia, comprometiéndoos con la Obra de Jesús. Los trabajos del Sínodo han sido una prueba de amor, de amor muy grande a la Iglesia y a la obra de Jesús. To­dos esos esfuerzos se incorporan al esfuerzo redentor de Cristo, que ama a su Iglesia y sigue vivificándola con el Espíritu Santo. Vosotros, Asamblea Sinodal, y cuantos colaborasteis en los grupos de la etapa presinodal, no habéis hecho más que esto. Por su parte vuestro Obispo, en nombre de Dios, en nombre de la Iglesia Diocesana, ha recogido vuestros trabajos, los ha examinado, y ha visto que merecen la aprobación en vistas a una vida cristiana renovada en la Diócesis.  

Así como en su confección, ahora toca el esfuerzo por la concreción en la vida práctica de este Sínodo que está llamado a dar fruto por el Reino de Dios. “Por sus frutos los conoceréis dice el Señor”. Recordad las palabras que hemos escuchado al Señor en el Evangelio: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

El Evangelio es un mensaje de amor y de salvación, no es un código penal. El que lo conozca, lo amará, lo mirará como un tesoro por el que, muy alegre y gustosamente, merece la pena sacrificarse. Porque, aunque haya buenas obras, sin amor no valen nada, y quien ama puede hacer todo lo que quieres, nos enseña San Agustín, porque él que ama no puede que hacer lo bien, él que ama, “guardará su palabra”, edificará con la alegría de aquel que no se siente peón que, con su vida, arrastra las piedras para la construcción de la Iglesia. No. Más bien el amor a Cristo y a su Iglesia le llevará a actuar como un delicado artesano que, con arte y cariño, coloca las piedras junto a Jesús, “piedra angular y roca de la Iglesia”. Jesús es el centro, Jesús es el motivo y Jesús es el fin.

Para ello, para esta obra que permanece por el Reino de Dios, es necesario un corazón que sabe hacerse pequeño, como Jesús nos pide en el Evangelio proclamado. “Estas cosas, Padre – hemos escuchado  – las has ocultado a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”, los que, conforme a la realidad, se ponen en su lugar con relación a Dios, caminando en la verdad, mirando a Cristo que nos sumerge en la vida trinitaria, perfecto ejemplar de justicia, caridad y misericordia, y que abre a todos, las fuentes de la gracia y de la salvación, siendo éste el empeño de la estructura diocesana, la salvación de las almas.   

La vida de la Iglesia en vuestra Diócesis es muy rica. Una mirada a la historia de vuestro pueblo nos ayuda a descubrir que se sostiene sobre unas profundas y antiguas raíces cristianas, desde que en el siglo VI fuera anunciada por primera vez la Buena Nueva en vuestra tierra por medio de San Martín de Dumio. El reino suevo, ocupaba, por invasión, toda la actual Galicia y parte de Portugal, teniendo su capital en Braga. Los suevos eran, como los visigodos, arrianos, e impusieron su creencia herética. La conversión de los suevos está en relación con un milagro de San Martín de Tour post mortem y los trabajos del Obispo de Braga, San Martín de Dumio (Panonia, hacia 510-520 – Braga, 579-580). Está aquí con nosotros el sucesor de San Martin de Dumio, el Señor Arzobispo Primado de Braga. ¡Aplausos!

Sois los herederos de la fe de tantos hombres y mujeres que a lo largo de los siglos descubrieron la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Ellos, desde la fidelidad al Evangelio, que es siempre el mismo, supieron adaptarse a las más diversas circunstancias y perseverar en la fe transmitiéndola a las siguientes generaciones.  

Tampoco es este el primer Sínodo. Son numerosas las experiencias sinodales con el fruto de la fortaleza en la fe trascendiendo también al resto de las Iglesias particulares.  La fe de vuestros antepasados, sencilla pero profunda, ha modelado no solo vuestra propia vida cristiana, sino incluso vuestras costumbres y el territorio en que habitáis -prueba de ello son los antiguos monasterios y conventos, iglesias y santuarios-. Es innegable la huella de belleza de la fe -de la que esta Catedral de San Martín que nos acoge es sólo una muestra- de espiritualidad y compasión que en vuestra tierra ha dejado impreso el Evangelio, sin la cual Ourense no sería lo mismo.  

Miramos al pasado, pero siempre viviendo al presente y el presente. Como hombres y mujeres de esta Iglesia, amad su pasado. Meditad su historia. Pero no para añorar su recuerdo o volverla a empezar, sino para continuarla. Vuestra Diócesis no sólo posee un rico pasado, sino también un presente lleno de vida y esperanza. Tantas veces nos dejamos embargar por una visión pesimista, centrada en las sombras de la Iglesia y en las dificultades para vivir el Evangelio -es cierto que existen, y que hay también limitaciones, debilidades y fatigas-, pero el Sínodo os ha mostrado que la Iglesia en Ourense es una Iglesia viva, con cristianos comprometidos en vivir y anunciar el Evangelio según su propia vocación y condición. 

Incluso la dramática experiencia vivida en los peores momentos de la pandemia, en la que tuvo que tomarse la dolorosa decisión de suspender el culto público, vuestra Iglesia Diocesana mantuvo la vitalidad buscando métodos creativos para continuar viviendo y cuidando la fe, y acompañando, consolando y sirviendo a los hermanos necesitados; sostenida por la celebración de la Eucaristía de los sacerdotes y contando siempre con la fuerza misteriosa y fecunda de la oración de los hombres y mujeres de los institutos contemplativos que existen en esta Iglesia.   

El Sínodo Diocesano os ha hecho experimentar como realidad palpable que el “caminar juntos” nos enriquece, y os ha demostrado que juntos podéis conseguir lo que solos os resultaría imposible. Ha sido para vosotros ocasión de encontraros, escucharos y discernir sobre lo que Dios os quiere decir en este tiempo y en qué dirección quiere orientaros para vivir el Evangelio en este lugar y momento de vuestra historia. Os pido a todos los que habéis participado en la dinámica sinodal que no guardéis para vosotros lo que habéis vivido, sino que habléis de las maravillas del Señor que habéis experimentado durante el camino sinodal, y después de esta experiencia, os ruego que acojáis la llamada del Papa Francisco a participar en el Sínodo universal de los Obispos convocado bajo el lema: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. 

Mirando al pasado y viviendo el presente, miramos al futuro. El Sínodo Diocesano de la Iglesia en Ourense, por el que hoy damos gracias, debe ser para vosotros fuente de esperanza ante el futuro, pues os ha hecho experimentar que Dios sigue actuando en medio de su Pueblo. Sostenidos por la oración personal y comunitaria, perseverad en la fe hasta el final, sin desfallecer. Recordad que Dios, es rico en sabias disposiciones, se retira o se acerca siempre en vistas a ayudar, corre tras de nosotros porque nos quiere, y se aleja de nosotros también por amor nuestro. En este momento de la historia Dios no nos ha abandonado, sólo quiere alentar nuestro deseo de amor por Él. 

Os pido que elevéis vuestros ojos al cielo, la auténtica meta de nuestro caminar, y que toméis ejemplo de aquellos que os han precedido en el camino de la fe y han llegado a su término, viendo cumplida su esperanza: los santos, que son los mejores hijos de la Iglesia:

Santos, como san Leandro, padre de la unidad católica hispana, a quien la Iglesia conmemora en este mismo día: como él buscad siempre la unidad, no como fruto de un frágil consenso humano, sino como don de la fe íntegramente aceptada y profesada. Solo así se puede entender verdaderamente la sinodalidad, como el camino que Dios espera de la Iglesia para el tercer milenio

Santos como San Martín de Dumio, “Evangelizador de Galicia”: asumid la tarea evangelizadora como un elemento prioritario de toda vuestra acción pastoral, conscientes de que en todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que nos impulsa a evangelizar

Santos como San Martín de Tours, patrón de vuestra Diócesis: vivid la caridad como un encuentro radical con Cristo que nos da la fuerza para salir de nosotros mismos y que suscita vínculos de comunión y cooperación

Con todos los Santos y Beatos de esta Iglesia en Ourense – un buen número de ellos mártires de Cristo – , haced de la Eucaristía el centro de vuestra vida y renovad vuestro asombro y la alegría ante este maravilloso don del Señor. 

Invítovos a que volvades a vosa mirada a Santa María Nai, patroa e protectora desta terra e das súas xentes. Pidámoslle polos froitos deste Sínodo Diocesano e poñámolo nas súas mans. Que Ela, estrela da nova tarefa evanxelizadora, alumee o voso camiñar de tal xeito que así se poida anovar o rostro desta Igrexa particular.  

Que así sexa! 

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