Carta de Mons. D. Francisco Jesús Orozco Mengíbar
Obispo de Guadix
Queridos hermanos, sacerdotes, consagrados y fieles laicos,
En la solemnidad de San José, celebramos el Día del Seminario. El esposo de María es el Patriarca de la Iglesia universal, modelo de los padres de familia, patrono de la buena muerte y protector de las vocaciones al sacerdocio ministerial. En sus manos se formó el Sumo Sacerdote de la nueva Alianza, Jesús. Y en sus manos la Iglesia pone a quienes, habiendo recibido una vocación y misión parecida a la de San José, prolongan en la historia la presencia viva de Cristo Redentor en favor de todos los hombres, los sacerdotes.
La campaña de este año viene enmarcada en el contexto del Sínodo universal que vive toda la Iglesia y de ahí su lema, “Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino”, que destaca el gran don de peregrinar unidos en Cristo, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote. La vida sacerdotal es una necesidad propia de un pueblo que se siente peregrino y quiere guías que le ayuden a encontrarse con el Misterio de la vida. Este Año Santo Compostelano y aún en pandemia, nos anima a ponernos en camino, a salir de nuestras zonas de confort y a colocar nuestra vida en «modo sínodo», es decir, trabajar para que sintamos la fuerza de la comunidad que busca colocar en el centro de su vida a Cristo Resucitado. Es un camino que no hacemos en solitario. Recordando el episodio de los discípulos de Emaús (Cfr. Lucas 24, 13-31), vemos que es un camino que nos pone en la misma ruta de otros hermanos, es decir, caminamos con Él y a la vez con aquellos que se sienten llamados a una misma misión. El Seminario, como aquella experiencia que vivieron los de Emaús, es un tiempo significativo para la vida de un discípulo, tiempo fuerte de búsqueda y de encuentro con Cristo, camino que no lo elegimos, sino que lo aceptamos, es un don, un regalo del Espíritu. Es un tiempo de formación y discernimiento, de hacerse preguntas y descubrir en el Señor sus respuestas, como los de Emaús que depositaron sus vivencias, miedos, dudas, inquietudes en las manos del Espíritu del Resucitado que había querido recorrer el camino junto a ellos. Sólo en el encuentro personal con Él se comprende la llamada y se acepta que la misión no es iniciativa propia, sino consecuencia del envío del Señor, que es quien elige, llama y envía. Como nos dice San Agustín, «Vosotros, si os habéis puesto en camino, es porque antes ya habéis presentido un encuentro y una llamada», «Tú no me hubieras buscado, si yo no te hubiera encontrado».
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