Carta de Mons. D. José Leonardo Lemos Montanet
Obispo de Orense

El pasado 25 de marzo, solemnidad litúrgica de la Anunciación del Señor, día en la que celebramos la Jornada por la vida, todos los hijos e hijas de la Iglesia extendidos por el mundo entero, y tantos hombres y mujeres de buena voluntad, fuimos invitados por el papa Francisco para realizar, personal y comunitariamente un acto singular que se ha venido repartiendo en varias ocasiones en los últimos lustros. Yo mismo, en mi época de estudiante en Roma, el 25 de marzo de 1984, tuve la suerte de participar en aquel acto tan impresionante, realizado en la plaza de san Pedro del Vaticano que estaba llena de una gran multitud de fieles, y al finalizar la celebración eucarística san Juan Pablo II se acercó a la imagen de la virgen peregrina de Fátima, que había sido llevada ex profeso desde Portugal al Vaticano, y, postrándose de rodillas ante la virgencita vestida de blanco, realizó la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, a la que se unieron los obispos del mundo entero. Aquel acontecimiento ha dejado su impronta en la memoria de mi corazón.
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