Homilía de Mons. D. José María Yanguas Sanz
Obispo de Cuenca
S.I. Catedral Basílica de Ntra. Sra. de Gracia, Cuenca
Domingo, 10 de abril de 2022
Queridos hermanos:
El domingo de Ramos es el pórtico que da acceso a la Semana más santa del año. En ella celebramos los misterios centrales de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. La piedad popular debe favorecer la contemplación de estos santos misterios con la exposición y la procesión con sus sagradas imágenes que ponen rostro a los personajes centrales en esta historia, particularmente al Señor Jesús y a su Ssma. Madre.
La liturgia de este domingo comienza con la festiva, alegre, bulliciosa, procesión de la borriquilla, que nos recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, montando un sufrido y humilde animal de carga, vitoreado por la multitud que canta: “Hosanna al hijo de David”, y por los niños que, sin saberlo, proclaman la verdad de Cristo Rey, Hijo de Dios: “Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, aclamando ¡Hosanna en el cielo!”. Niños, ramos de olivo, canticos de alegría: entra en Jerusalén el Rey de la paz. Es Jesucristo quien va restablecer la paz entre Dios y los hombres, quienes por el pecado la habían roto desde los albores de la humanidad. Entra Jesús, humilde, apacible, en la ciudad santa. No acompañan a Jesús tropas de soldados victoriosos, orgullosos de sus triunfos en el campo de batalla; no se hace preceder de los soldaos derrotados encadenado y objetos de burla; no se muestran los tesoros y las armas arrebatadas al enemigo; no hay arcos de triunfo, solemnes, grandiosos, imponentes, encuadrando la figura del general victorioso. No, Jesús no celebra un triunfo al modo de los emperadores o de os generales romanos después de una victoriosa campaña militar que los exalta y engrandece hasta hacerles semejante a un Dios. No, hoy Domingo de Ramos las cosas son bien distintas. En Jesús se cumplen las palabras del profeta Zacarías: No temas, hija de Sión; he aquí que viene tu rey, sentado sobre un pollino de asna” (9, 9). El mismo Hijo de Dios entra humilde, apacible, como rey de paz, en aquella ciudad tan fácil a los bandos, los partidos, las facciones, las luchas intestinas. Buen ejemplo para nosotros, para quienes cualquier titulillo de nada es motivo de vanagloria y de orgullo, cuando no de ocasión de humillar a los demás, en vez de oportunidad para servir sencillamente a los demás. Como no recordar las palabras de Jesús: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a s servir y dar la vida por muchos” (Mt 20, 28)
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