Carta de Mons. D. Ernesto J. Brotóns Tena
Obispo de Plasencia

Cuatro son los elementos que configuran el sello episcopal: la columna, el agua, la cruz y el cayado.
La columna y el agua evocan la entrañable y secular tradición del Pilar de Zaragoza, tan significativa para mí. De todos es conocida la presencia de María, en carne mortal, a orillas del Ebro, animando al apóstol Santiago, y a su pequeño grupo de discípulos, en la siempre difícil tarea de anunciar el Evangelio. Como signo de su cuidado maternal, nos dejó el Pilar y nos rogó construir un templo, es decir, edificar su Iglesia. Hoy, como entonces, Madre y discípula, María sigue sosteniéndonos y acompañándonos en la misión. Este detalle quiere ser memoria tierna y agradecida de mi tierra y de mi Iglesia Madre, en la que he crecido como persona, creyente y sacerdote. Ante esta columna, ante la Virgen del Pilar, como tantos otros, he orado y puesto mi vida bajo su amparo. Siempre he salido fortalecido. Junto a ella y de su mano, pronuncié un «fiat» confiado a la llamada al episcopado.
El agua, a su vez, es signo y fuente de vida. “Para que tengan vida” (Jn 10,10) reza mi lema episcopal, tomado del discurso joánico del Buen Pastor y recogido en la corona del sello. Evoca, sin duda, la presencia siempre viva, vivificante y fecunda del Espíritu (cf. Jn 7,37-39), el Espíritu de la Vida que impregna y anima la creación entera, alma de la Iglesia que nos abraza en el Bautismo, nos une y configura a Cristo, y hace con Él de nuestra existencia una verdadera Eucaristía, entrega y ofrenda gozosa al Padre por nuestros hermanos. Su triple trazado evoca la corriente de amor de Dios uno y trino en la que todos, sin excepción ni descarte alguno, estamos inmersos.
En el centro de la columna y del sello (también insinuada en el conjunto del mismo) está la cruz, misterio de entrega, amor y vida, misterio de salvación. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas. No hay amor más grande. Al igual que la reproducida en el logo de esta querida diócesis que me acoge como condiscípulo y pastor, su forma se inspira en una de las antiguas y hermosas cruces de la Torre del Melón de la Catedral Vieja. A esta Iglesia Esposa de Plasencia me doy y entrego.
Por último, el cayado, figura del Buen Pastor, de cuyo pastoreo el Señor ha querido hacerme partícipe. Reposa sobre la cruz y la columna. No hay pastoreo bueno y fiel sin entrega de la vida, sin abrazar la cruz, con Jesús y como Él, conducidos por su Espíritu. María acompaña, sostiene y alienta en la tarea.
El diseño del sello se debe a la disponibilidad, paciencia y buen hacer de mi amigo José Abad Villa. Gracias, de verdad y de corazón.
Hay dos versículos de la Escritura que siempre me han interpelado: Jn 10,10, dentro del discurso del Buen Pastor, “Yo he venido para tengan vida y vida en abundancia”, y el v. 7 del conocido himno cristológico de Flp 2, “se despojó de sí mismo y tomó la condición de esclavo”. Van de la mano. Cristo Jesús, a pesar de su condición divina, se abajó, se despojó de su grandeza y compartió nuestra fragilidad, para que tuviéramos vida y esta en abundancia. Se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9).
El gran anhelo de toda persona, de la Humanidad, tener vida, vida buena, feliz, plena… coincide con el sueño de Dios, pensado para todos nosotros. Dios no es enemigo del hombre, ni de la felicidad. No se complace ni en el luto, ni en el sufrimiento. Al contrario, es amigo de la vida (cf. Sab 1,13; 11,26). Misterio de comunión y amor, quiere comulgar con nosotros, compartir su vida y su dicha. Lo reconocemos en todo lo que supone ganas de vivir, de crecer, de avanzar… en todo lo que supone humanidad, gozo, encuentro, fraternidad, en la belleza y en la bondad, en el sacramento de su creación y en esos gestos, pequeños y sencillos, de caridad, entrega y ternura de tantos santos y santas «de la puerta de al lado» (cf. GE 6-9). Lo encontraremos, sin duda, en y al lado de todo hombre y mujer que sufre, sanando sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Lo reconocemos también en su Iglesia, cuando, signo e instrumento de comunión, abierta a la Palabra, vive, celebra y testimonia su fe; parte el pan, se parte.
La gloria de Dios, decía san Ireneo, es que todo hombre y mujer tengan vida, pues Dios es la Vida del hombre (cf. Adversus Haereses 4, 20, 7). Con Él y en Él, de su mano, la existencia es más plena, será un día plena; y la creación entera participará con nosotros de la plenitud sin fin (cf. LS 243). Podríamos decir que «vida» es el horizonte que reco- ge de forma genial aquella pasión de Jesús por el Padre y su Reinado, su obrar en el Espíritu, vida afirmada frente a todo lo que la niega (el mal, el pecado, la muerte) y, también, reclamada por amor. “Para que tengan vida” fue la misión de Jesús y es también la nuestra, la de su Iglesia, la de todo pastor bueno según el corazón de Dios.
Por todo ello, el lema escogido para mi ministerio episcopal no deja de parecerme «pro-vocativo». Te (des)centra y llama, te libera de toda autorreferencialidad e individualismo, pues la misión es compartida y para los demás, y te obliga a mirar una y otra vez a Jesús, como Meta, Camino y Puerta de la Vida con mayúscula, del discipulado, del pastoreo bueno y fiel. Entrar por ella, seguirle, es ya vivir. Frente a los pastores que solo quieren servirse del pueblo y no servirle, Jesús se presenta como el verdadero y buen Pastor, modelo para todos nosotros (Jn 10; cf. Ez 34). Tal como advierte más adelante a Pedro, en ese diálogo final, entrañable, a orillas del lago de Galilea, la misión del pastor pasa por despojarse, por la entrega de la propia existencia en una auténtica diaconía hasta el don total de sí. Y todo por amor, solo por amor (cf. Jn 21,15-19).
«Vivir» y «dar la vida a» pasan por «dar la vida por». El Espíritu siempre nos adentra por los caminos por los que condujo a Jesús, en clave de humildad, pobreza, entrega y servicio, para gloria del Padre y vida de los hombres («ut placeat Deo et hominibus» reza el lema de la fundación de Plasencia). Su camino es el nuestro (cf. LG 8, AG 5). Yendo por él, enseña san Agustín, no nos perderemos jamás (cf. Sermón 92, 3). Pido al Buen Pastor el don de la fidelidad para, con vosotros, seguir sus pasos.

✠ Ernesto Brotóns Tena
Obispo de Plasencia