
FRANCISCO CERRO CHAVES
ARZOBISPO DE TOLEDO
PRIMADO DE ESPAÑA
CARTA PASTORAL
CASA DIOCESANA CONTEMPLATIVA
A LOS SACERDOTES, MIEMBROS DE LA VIDA
CONSAGRADA Y FIELES LAICOS
DE LA ARCHIDIÓCESIS DE TOLEDO
Queridos hermanos:
1. En un mundo donde tantas veces el quehacer y las circunstancias adversas empujan y desnortan nuestra vida, necesitamos encontrar espacios y tiempos de contemplación donde aprender a mirar el mundo desde el Corazón de Dios. Muchas veces, nuestra cabeza nos pide pisar el freno, para reflexionar, para tomar conciencia, para buscar la dirección y el ritmo que el Espíritu de Dios marca para nuestra vida. También como familia creyente, como Iglesia, hemos de buscar sosiego en nuestros múltiples proyectos pastorales para encontrarnos con Él (Mc 6, 31-32). No hay duda de que una pastoral sin vida en el Espíritu, sin un estar frecuentemente a los pies del Maestro, corre el riesgo de quemarnos en infecundidad que hace planes, que marca objetivos, que promueve acciones, que mide los niveles de éxito.
2. Por otro lado, en esta libertad de los hijos de Dios que no siempre vivimos bien, observamos en ocasiones que algunos de nuestros hermanos cristianos viven como ovejas sin pastor, comiendo en pastos y bebiendo en fuentes de “meditaciones” que están de moda y que verdaderamente a un bautizado no pueden saciar plenamente. Muchas veces se nos brindan ofertas novedosas, fáciles y rápidas para alcanzar la paz interior ante estados de depresión o estrés. Son ofertas de automedicación espiritual, de remedios milagrosos sin Dios. Son métodos, fuentes de energía, ‘divinidades’ moldeables según nuestros intereses y necesidades. Unas veces es algún sucedáneo del Yoga (práctica de origen hinduista), otras veces son experiencias difusas recogidas bajo la nebulosa llamada New Age (Nueva Era), otras es el Reiki (con base sintoísta y budista), etc. Como pastor, me da pena ver el gran desconocimiento que podemos llegar a tener dentro de nuestra propia Iglesia de la rica espiritualidad cristiana que viene manando y fluyendo desde el siglo primero y que ofrece verdaderos encuentros personales con nuestro Creador, auténtico remanso de Paz y de Salud que nos lleva hasta la Vida Eterna. Él es el único Camino seguro, la única Verdad plena, la única fuente de Vida eterna. Con todo el respeto a los que profesan otras religiones, pero, para los que somos bautizados, no puede haber verdadera espiritualidad cristiana si Dios mismo no es su fuente, su camino y su meta. No hay verdadera interioridad si no ocupa nuestro centro el mismo Espíritu Santo, auténtica Medicina saludable. Una contemplación antropocéntrica es un simple placebo que sólo genera una falsa curación interior, una esterilidad espiritual, que desemboca en una muerte espiritual por asfixia. Para un bautizado, todo esto es cisterna agrietada que no sólo no sacia la sed, sino que incluso puede ser causa de muerte de su fe.
3. ¿Podemos decir que los cristianos tenemos claro cuál es nuestra fuente y si la tenemos a disposición de todo el que tenga sed? Sí, podemos y debemos recordarlo. En la mayoría de nuestras instituciones diocesanas (parroquias, movimientos y asociaciones apostólicas, etc.) intentamos fomentar un encuentro sincero, fiel y perseverante con Cristo Jesús, fuente de agua viva (Jn 4,14). Ciertamente tenemos muchos espacios y tiempos en que vivimos y ofrecemos ese encuentro íntimo, personal y comunitario, con el Maestro: Liturgia de las Horas, Lectio Divina, retiros y ejercicios espirituales, sana piedad popular, etc. En nuestra querida diócesis, la Presencia ha marcado nuestro ser, nuestra historia antigua y presente: Cristo-Eucaristía contemplado, amado, alabado, adorado. Toledo es tierra de Pan de Vida. Es tierra de adoración. No hay parroquia en que la custodia no se haya convertido en foco de contemplación y oración fervorosa. Para un cristiano de corazón, ninguna de esas fuentes orientales sin Dios puede saciar su sed.
4. Son varios los pasajes bíblicos, del Antiguo y del Nuevo Testamento, que podrían servirnos para mostrar dónde poder saciar estos dos modos de sed: la sed de paz y sosiego, la sed de espiritualidad que dé Vida. Permitidme que abra ahora los evangelios. Quiero invitaros a contemplar a Jesús en Betania. En una de aquellas visitas (Lc 10, 38-42), Jesús nos hace reflexionar sobre el quehacer de Marta y la escucha de María. (Ambas expresan los dos modos de sed de los que os he hablado antes). Esta escena doméstica, unida a la otra impactante de la resurrección de Lázaro (Jn 11), me ha impulsado siempre a proponer una y otra vez esa pastoral con corazón que Jesús nos urge (2 Cor 5,14).
5. Pienso en nuestra Iglesia en Toledo que, como Marta, ha de afanarse sin descanso por anunciar la Buena Nueva en todos los rincones de nuestra diócesis y hasta alcanzar las periferias existenciales de tantos hermanos nuestros que sufren (Mc 16,15-18; Hch 1,8). Nuestra “Marta” en tantos momentos se siente desbordada. Los frentes que tiene abiertos, la cantidad de hospitales de campaña que surgen aquí a allá nos hacen a veces sentirnos dispersos e ineficaces. La defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte. La defensa de la familia como institución natural, bendecida por Dios. La defensa del niño, del joven y del adolescente. La dignidad de la mujer. El valor y el cuidado de nuestros mayores. La defensa de la justicia social en el mundo laboral, en el de la migración. La defensa de la paz y el fin del hambre en el mundo. El cuidado de la aldea común, regalo del Creador. La defensa de una verdadera cultura humanista. El diálogo ecuménico e interreligioso. Y un largo etc. Evidentemente, ésta es una llamada del Señor que no podemos desoír; es el fundamento de nuestro ser Iglesia: ser sal y luz en nombre del Señor Jesús. Nuestra “Iglesia-Marta” necesita escuchar la voz del Maestro que la interpela: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas” (Lc 10,41).
6. Por esto y, escuchando el mandato del Maestro, comprendo la necesidad de que recuperemos nuestro ser “Iglesia-María de Betania”. Necesitamos con urgencia reaprender a detenernos “ante lo único necesario”: mirar, contemplar, adorar e interceder ante el Esposo. Del mismo modo que no podemos renunciar a Marta, que es nuestro modo de presencia propio en el mundo, tampoco podemos renunciar a ser María de Betania, que también es otro modo nuestro de presencia. Es más, Jesús mismo llama a todos (no sólo a los religiosos contemplativos) a elegir la mejor parte. El Maestro nos invita también a los que estamos en el siglo (seglares, laicos) a estar a sus pies. Así pues, en nuestra Iglesia no puede haber Martas sin Marías, ni Marías sin Martas. Ambas hermanas, indisolublemente unidas, representan a nuestra Iglesia activa en la contemplación y contemplativa en la acción, que impetran día tras día del Maestro la resurrección de tantos “lázaros” que yacen esperando la resurrección en la fe. Es nuestra Iglesia, trabajadora y orante, que siente en su Corazón de esposa, virgen y madre, la urgencia del Corazón del Esposo, que quiere que todos los hombres se salven (1Tm 2,4). Es desde el Corazón del Esposo que la Iglesia sale al encuentro de tantos que yacen moribundos en tantas fronteras periféricas que hay en nuestra sociedad. El calor del Corazón de la Esposa-Madre hace suya la urgencia del Amor de su Señor. Así nuestra pastoral viva y urgente porta el sello vivo del Espíritu que garantiza nuestra pobre labor.
7. Con todo esto expuesto hasta ahora, la razón de esta carta es expresaros mi deseo de crear en nuestra Iglesia diocesana un espacio y un tiempo permanente para la contemplación. Un espacio y tiempo permanente para que “Marta” se haga “María de Betania” y recobre su sentido eligiendo también “la mejor parte”. Alguno me diréis: ¿acaso no cumplen ya esta misión contemplativa las venerables órdenes cenobíticas de varones y mujeres que hay en la Iglesia universal desde tiempo inmemorial? Ciertamente que sí. Ellas son lámpara perpetua que, como un ejército invisible, viene luchando en el “éremos” para que la Luz de Cristo brille en la tiniebla y venza las envestidas del maligno. Pero también nuestra Iglesia local, nuestra Iglesia diocesana necesita un espacio propio donde todos sus hijos e hijas tomen conciencia de la llamada urgente a ser contemplativos en la acción. En estos tiempos de evangelización de periferias, necesitamos espacios y tiempos donde los que estamos en el siglo acudamos con frecuencia a los pies del Maestro. Necesitamos beber sus Palabras para que se conviertan en anuncio vivo y convincente, lleno de fuego para que pueda derretir el hielo de la indiferencia. Queremos responder humilde y fielmente a ese “grito seco y sordo” de tantos Lázaros maniatados y sepultados, de tantos sedientos de interioridad, de espiritualidad no adulterada, de vida en el Espíritu que es principio de Vida. No sólo están en las periferias, también están de nuestras comunidades.
8. Así pues, nos disponemos a erigir una Casa Diocesana Contemplativa en que se viva este espíritu para ofrecerlo a toda la gran familia diocesana, a todos los bautizados. Por ahora lo hacemos “ad experimentum”. Iremos haciendo camino paso a paso. Pedimos al Espíritu Santo que nos haga ver para dar razón esperanzada de nuestra fe y responder así a esta corrección amorosa del Maestro por nuestra inquietud azarosa que a veces rezuma de demasiado personalismo. Estas tres palabras: “casa”, “diocesana”, “contemplativa”, por sí solas e interrelacionadas entre sí, expresan lo que espero de ella.
9. Quiere ser una casa con un ambiente de ‘familia eclesial’. Estará conformada por fieles unidos por un deseo y un servicio diocesano de oración contemplativa. Su vida diaria estará impulsada por la adoración, la alabanza, la acción de gracias, la intercesión…; sacerdotes, seglares de todo tipo, matrimonios, religiosos y religiosas de vida activa, hombres y mujeres con deseo de vivir esa presencia silenciosa y amorosa de Cristo en medio de nuestra Iglesia diocesana. No fundamos nada: no es una nueva asociación, congregación u orden religiosa. Quiere ser simplemente un hogar diocesano con puertas abiertas, con una vida sencilla en oración y trabajo cotidiano, donde nadie se sienta extraño. Nuestros modelos serán: Belén, Nazaret, Cafarnaum, Betania, el cenáculo. Algunos habitarán en ella de modo permanente; otros vendrán y vivirán unas horas, unos días, unas semanas. No hay ‘huéspedes’. Todos compartimos una misma vida de fe, cada uno según su vocación personal con su carisma o ministerio al servicio de la Iglesia. Tendremos, como en Emaús, mesa común en el alimento espiritual y en el material. Cada uno aportará según sus posibilidades. Es a modo de una casa de retiro, pero con un carisma definidamente contemplativo, familiar y diocesano.
10. Comenzaremos esta experiencia en la casa parroquial de la Rinconada de Tajo, perteneciente al municipio de La Puebla de Montalbán (Toledo). La casa es sencilla y humilde. En la actualidad tiene cuatro habitaciones y se habilitarán otras dos más. Somos conscientes de lo limitado de este espacio y que no admite una comunidad numerosa. Una de las habitaciones está preparada para recibir a un matrimonio que lo desee. La casa tiene los espacios indispensables para comenzar modestamente. Pero, por otro lado, un espacio demasiado masificado dificultaría el ritmo familiar que requiere este naciente proyecto contemplativo. Este paraje único ofrece silencio y sosiego, necesarios para ese encuentro personal y comunitario con Dios. Entre todos los que se encuentren en la casa, acogerán también a los que vengan por unas horas o una jornada. Entre todos cuidaremos del lugar y procuraremos cubrir las necesidades sin que nadie tenga que sobrecargarse de tareas. Como ya decíamos antes, no hay huéspedes; todos construimos este hogar diocesano.
11. Nace con vocación clara y nítidamente diocesana. En nuestra Iglesia, hay gran diversidad de carismas y espiritualidades. A lo largo de la historia han surgido hombres y mujeres impulsados por el Espíritu Santo y que han generado multitud de estilos de vida común (agustinos, benedictinos, franciscanos, carmelitas, dominicos…). Nuestra casa estará integrada dentro del vivir y sentir de nuestra diócesis toledana. La razón de ser de esta casa quiere ser desde, para y por la diócesis, en comunión con todas las instituciones diocesanas, orando por todos. Su espiritualidad será la que alimente nuestra vida diocesana: nuestra historia, nuestros santos, nuestro presente, nuestros proyectos; la Revelación (Sagrada Escritura y Tradición Apostólica), la Eucaristía, La liturgia de las horas, el año litúrgico, nuestro santoral, nuestra devoción mariana. Promoverá el vivir, amar y sentir nuestra Iglesia, al servicio el Reino de Dios, como lámpara en medio del mundo. Caben todos los bautizados. Cuidará de que, en clave contemplativa, sea una casa abierta a todas las realidades diocesanas. Repito: quiere ofrecer este espacio y tiempo permanente para todos aquellos que tengan sed de encuentro con Dios en silencio. Es Jesús que invita a descansar de la dura tarea del anuncio de la Buena Noticia (Mc 6,31). Insistimos: los múltiples quehaceres diocesanos de Marta de Betania deben ser traídos a los pies del Maestro por María de Betania. Hay resurrecciones pastorales de tantos Lázaros que requieren de oración, de escucha orante, de acudir al Maestro, que es la resurrección y la Vida (Jn 11,25). Con el tiempo, cuando se consolide, tendrá su reglamento, sus estatutos, como las demás casas diocesanas. Iremos paso a paso.
12. Quiere ser contemplativa. Sin ser un monasterio ni un convento, será una casa de oración donde se procurará el silencio exterior e interior que facilita vivir en la presencia consciente y amorosa de Dios. La idea es meditar, orar, contemplar, vivir el espíritu que mueve el día a día de nuestra Iglesia diocesana. La vida activa de la diócesis será su alimento; los anhelos y sufrimientos, las luces y sombras, los proyectos y acciones de nuestra Iglesia-Marta son también los de nuestra Iglesia-María de Betania. Esta comunidad abierta vivirá en alabanza, intercediendo, suplicando perdón y dando gracias; lo hará siempre desde el sentir de nuestra Iglesia particular y por el mundo entero. Cuidará el rezo de la Liturgia de las Horas, la Lectio Divina personal y comunitaria e inmersos en el Año Litúrgico. La Eucaristía es el centro y zénit de su vida. Vivirá la devoción sencilla a la Virgen Madre de Dios y Madre de la Iglesia y a San José, su patrono. También cuidará la formación cristiana permanente, personal y comunitaria. Valorando mucho las espiritualidades contemplativas centenarias y milenarias de la Iglesia universal, creemos que la espiritualidad diocesana es una espiritualidad concreta, específica y propia de las Iglesias locales; siempre dentro de la corriente de la Revelación en la Escritura y en la Tradición, e inspirándose en el magisterio multisecular de nuestra Iglesia (obispos de Toledo y Papas), en nuestros sínodos toledanos y en nuestro último concilio ecuménico, y siguiendo las huellas multiseculares de nuestros santos. Desde la base de la espiritualidad bautismal, fomentará que todos los que vengan a esta casa descubran esa llamada (según su vocación, su carisma o ministerio propio) a la contemplación que luego revertirá, en comunión con toda la Iglesia, en el mundo como sal y luz (Mt 5,13.14). Aprenderemos y creceremos en nuestros ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación.
13. Permitidme que, en clave poética espiritual, os comparta este sueño que creo que es de Dios:
Soñamos con un hogar, con una familia eclesial de sencilla vida común, orando por nuestra diócesis, por toda la Iglesia universal.
Soñamos con nuestra Iglesia en Adviento, permaneciendo vigilantes con nuestras lámparas encendidas, testigos en espera de la venida de Cristo. Soñamos con ir rellenando las lámparas de los que yacen a oscuras con sus alcuzas vacías. Soñamos con una familia orante que espera despierta al alba la llegada del Sol naciente, Cristo.
Soñamos con el hogar de Belén donde nadie es forastero, con el de Nazaret donde todos trabajamos, con el de Betania donde en la mesa caben todos, con el cenáculo pascual donde siempre se respira la Paz del Resucitado y donde el Espíritu sopla y aviva la llama del Evangelio hasta los confines de la tierra.
Soñamos con ser posada del buen samaritano, donde ofrecemos nuestro vino y nuestro aceite para enjugar las heridas, donde se sientan reconfortados los cansados y agobiados.
Soñamos con una comunidad abierta que, como María de Betania a los pies de Jesús, bebe sus Palabras y contempla su rostro; que, junto con Marta, intercede ante el Maestro para que tantos Lázaros sean resucitados.
Soñamos con nuestra Iglesia en camino cuaresmal, peregrinando hacia la Pascua, ligeros de equipaje, pobres, austeros, libres, abandonados en la providencia divina, castos y fieles al Amado, obedientes a su voz que nos guía como Buen Pastor hacia la Casa del Padre.
Soñamos con la mesa de Emaús donde arde nuestro corazón al escuchar las Escrituras de labios del Resucitado y donde le reconocemos cada día al partir el Pan en la Eucaristía.
Soñamos con contemplar y proclamar la grandeza de Dios, como María, la Virgen Madre, la primera discípula entre los discípulos, que nos mantiene en la vivencia gozosa del Pentecostés permanente de la Iglesia.
Soñamos con sentir, conocer y amar más y más a nuestra Madre la Iglesia: la visible y la espiritual, la santa y la de hijos pecadores, la activa y la contemplativa.
Soñamos que estamos en el corazón de la Iglesia que late con la fuerza del Espíritu al mismo ritmo que el de su Esposo, Cristo Jesús. Soñamos con que los dos corazones se funden para ser padre y madre para el que sufre y llora. Soñamos con una IglesiaMadre que aprende a morir por los hijos junto con su Esposo para resucitar con Él y resucitarlos a ellos.
Soñamos que tomamos conciencia de ser y estar en el Cuerpo Místico de Cristo. Soñamos que, siendo distintos, somos uno en el Espíritu. Soñamos que velamos por la unidad de la Iglesia, que oramos por la reparación de la fraternidad de sus hijos dispersos.
Soñamos con atraer a los hijos bajo el Amor del Padre.
Soñamos con nuestra Iglesia toledana, con la Luz Pascual que se ha ido transmitiendo sin apagarse durante siglos, de generación en generación. Soñamos con nuestros santos, con nuestros mártires, con su legado espiritual que a su vez queremos transmitir a nuestros descendientes en la fe.
Soñamos con un hogar: con sus moradores de toda condición mirando en la misma dirección, con sus estancias y dependencias austeras y acogedoras, con sus horarios marcados por la alabanza a Dios, con su taller y su huerto, con sus puertas abiertas y su campana al viento invitando al silencio amoroso y sonoro de Cristo presente en medio de nosotros.
Soñamos, sí, pero a la vez sabemos que el Reino de Dios no es un sueño, que es real, que está cerca, que ya está aquí.
14. Soy consciente de la osadía de este sueño. Asumo este reto con ilusión y os invito a que lo hagamos de todos. Hemos de ser Sal y Luz para tantos que nos gritan que les llevemos el tesoro que es Jesús vivo y resucitado, con su Corazón abierto. El Corazón de la Iglesia late al unísono con el Corazón de Cristo para salir al encuentro de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. A vino nuevos, odres nuevos (Lc 5, 38). Que esta casa, puesta junto al corazón de nuestra Iglesia diocesana, interceda día y noche con su lámpara encendida suplicando la venida del Esposo: ¡Marana tha! (Mt 25,1).
Que Santa María, Madre de la Iglesia, y San José, Patrono de la Iglesia; que el Corazón de esta Familia de Nazaret, iluminen esta casa diocesana contemplativa para Gloria de Dios y expansión de su Reino. Nos encomendamos a nuestros santos toledanos. Algunos de ellos, como San Ildefonso, forjaron sus corazones de pastores en la oración del claustro.
Toledo, 4 de octubre de 2022
Fiesta de san Francisco de Asís.

✠ Francisco Cerro Chaves
Arzobispo de Toledo, Primado de España