El otoño y la memoria de antaño

Carta de Mons. Fr. Jesús Sanz Montes, OFM
Arzobispo de Oviedo

Domingo, 30 de octubre de 2022

Queridos hermanos y amigos: paz y bien.

Nos adentramos ya en la espesura del otoño. Los días se nos acortan y en el aire se percibe cada vez más ese inconfundible aroma de las brumas mañaneras persistentes, de la humedad en la atmósfera que nos abraza con su magia, y las temperaturas que nos hacen sacar de nuevo la ropa de mayor abrigo en esta esquina del calendario cada año.

El otoño tiene su encanto singular. No es el brote explosivo de la primavera vivaracha. Ni tampoco la cadencia agostadora cuando llega el verano con su estío. Aún no llama a la puerta de la agenda el rigor de un invierno con sus gélidas noches y mañanas. El otoño es sereno, discreto, a veces parece tímido y recatado, mientras nuestros senderos serranos, los caminos de parques y alamedas, se alfombran de hojas caídas que nos permiten pasear como quien pisa el misterio de tantas encrucijadas dispuestas a ser de nuevo reestrenadas al paso de nuestra prisa, de nuestro enojo, de nuestra calma y esperanza en el trasiego, año tras año, de una cifra más a nuestra vida.

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Defendamos la democracia

Carta del cardenal D. Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo emérito, Administrador apostólico de Valencia

Domingo, 30 de octubre de 2022

En los momentos que vivimos quiero expresar mi parecer una vez más, que parece que estemos olvidándola, y es la democracia. La recta razón reclama que la sociedad libre, democrática, justa y en paz, se asiente en unos valores, derechos y principios básicos, inmanipulables, no negociables y válidos para todos, son además pre-políticos y no coyunturales. Lo contrario la pondría en serio peligro.

Por eso la democracia y las democracias necesitan de una base antropológica adecuada. La sociedad democrática es posible en un Estado de derecho, más aún, sobre la base de una recta razón y recta concepción de la persona humana. La persona humana y su dignidad, el hombre, el ser humano, es la base y el fin inmediato de todo sistema social y político, especialmente del sistema democrático que afirma basarse en sus derechos y en el bien común que siempre debe apoyarse en el bien de la persona y en sus derechos fundamentales e inalienables, entre los que habría que contar con los derechos sociales, que presuponen los derechos de la persona. Principio básico para una sociedad democrática es que “todo hombre es un hombre”, una persona humana con toda su dignidad, verdad y grandeza, y en ello se basan los derechos sociales.

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Todos los Santos

Carta de Mons. D. Vicente Rebollo Mozos
Obispo de Tarazona

Domingo, 30 de octubre de 2022

La santidad es el adorno de tu casa por días sin término, nos dice el salmo 92 que, unido a la exhortación de San Pablo, “No olvidéis que sois templo del Espíritu”, nos dan las claves para prepararnos a la celebración de este día tan querido de Todos los Santos y también, para avanzar en el camino hacia la santidad.Ya desde los comienzos del pueblo de Israel como el libro del Levítico Cuando Dios da las normas de cómo tiene que vivir su pueblo, hace una llamada clara a la santidad “sed Santos como yo soy Santo“ (Lev.. 11,44). También en el credo rezamos: “creo en la iglesia que es Santa”; es el estilo De vida del seguidor de Jesús.

La celebración del día de Todos los Santos es la expresión concreta de que lo que rezamos en el credo se hace realidad en la vida de tantos creyentes a lo largo de la historia de la Iglesia. La mayoría son anónimos, no están en el listado oficial de los canonizados, Pero todos conocemos personas que nos han dejado y que para nosotros han sido y son un ejemplo de vida unida a Cristo, modelos de vida evangélica. Todos esos que llevamos en nuestra memoria y en nuestro corazón son honrados hoy como Santos. Fiesta por tanto grande para la iglesia porque sigue desarrollando su vocación a la santidad.

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Avivemos y honremos la memoria de nuestros difuntos en estos días

Carta de Mons. D. José María Yanguas Sanz
Obispo de Cuenca

Domingo, 30 de octubre de 2022

Queridos diocesanos:

Acabamos de entrar en el mes de noviembre que la Iglesia dedica a rezar con mayor frecuencia e intensidad por los fieles difuntos, aquellos que son purificados de lo que resta de sus pecados después de haber obtenido el perdón de los mismos. El primer día del mes hacemos memoria de todos los hombres y mujeres que gozan ya para siempre de la eterna felicidad en la “asamblea de los santos”, meta de la vida que Dios ha querido y quiere para toda la humanidad; en efecto, como dice San Pablo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y llegue a conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 3-4); y el Señor en el Evangelio nos dice: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Esta es la voluntad de Dios, el deseo que preside sus acciones en favor nuestro: conducirnos, bajo la acción de su Espíritu, hasta la eterna bienaventuranza.

Pero la voluntad salvífica del Señor es rechazada con frecuencia por la voluntad de los hombres. Asistimos, así, a nivel personal y social, a las tensiones entre gracia y pecado que recorren la historia de la humanidad desde sus orígenes. Es una lucha que perdurará a lo largo de los siglos hasta la victoria final de Jesucristo, tal como se nos describe en el libro del Apocalipsis: “Combatirán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes, y con él los llamados, elegidos y fieles” (17, 14). Pero los que han combatido en este mundo contra el mal y han salido victoriosos conservan las huellas de las heridas del pecado, de las que han de ser purificados por entero antes de entrar en el “banquete de las bodas del Cordero”, como se nos recuerda en la parábola de los invitados a las bodas, en las que entran solo los que llevan el vestido adecuado, es decir, los que mueren en la gracia y la amistad de Dios.

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Santos y difuntos, el más allá

Carta de Mons. D. Demetrio Fernández González
Obispo de Córdoba

Domingo, 30 de octubre de 2022

“Dichoso mes que empieza por todos los Santos y termina con san Andrés”, dice un refrán popular. Es el mes de los Santos, es el mes de los difuntos, es el mes para pensar y relacionarnos con el más allá.

Vivimos enfrascados en las tareas cotidianas, con el horizonte recortado de la actividad, o peor aún, del activismo que nos arrastra. Necesitamos de vez en cuando levantar el vuelo, levantar la mirada y otear el horizonte más amplio que da sentido al vivir de cada día.

Los Santos nos hablan de otra vida mejor, de otra vida que continúa más allá del tiempo, de una vida junto a Dios, en su presencia, saciados de su semblante y abrazados por su amor eternamente. Esa es nuestra vocación, ese es nuestro destino: vivir con Dios para siempre y prepararnos durante esta etapa terrestre para esa comunión plena con él. “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, nos recuerda san Agustín.

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Un tal Zaqueo

Carta de Mons. D. Salvador Cristau Coll
Obispo de Tarrasa

Domingo, 30 de octubre de 2022

¿Sabemos quién era Zaqueo? ¿Hemos pensado alguna vez que también nosotros somos un «Zaqueo»? De hecho, todos lo somos un poco, aunque no lo sepamos. El del evangelio de hoy era un hombre muy metido en el mundo, era un cobrador de impuestos, un publicano, un pecador. Jesús pasó por su vida y su vida se transformó y cambió por completo.

Desde el principio, Dios ha pasado y pasa por la vida de los hombres que ha creado. En el libro del Génesis se describe cómo, después del primer pecado, Dios se paseaba por el paraíso. Dios nunca ha dejado el mundo que ha creado, nunca nos ha abandonado a pesar de nuestro pecado. La Escritura nos dice que “Cuando el hombre y la mujer oyeron los pasos del Señor Dios que se paseaba por el jardín al aire fresco de la tarde, se escondieron en medio de los árboles del jardín, para que el Señor Dios no les viera” (Gn. 3, 8).

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Carta a los jóvenes de Confirmación

Carta de Mons. D. Julián Ruiz Martorell
Obispo de Huesca y de Jaca

Domingo, 30 de octubre de 2022

Durante unos años os preparáis para recibir la Confirmación y sabéis que se trata de un acontecimiento protagonizado por el Espíritu Santo. Más que vuestra decisión personal o el esfuerzo que realicéis, el auténtico agente principal es el Espíritu, que os concede una oportunidad decisiva para crecer como cristianos, de modo que seáis testigos de Jesucristo sin miedo y sin complejos.

No podéis reconocer a Jesús como Señor si no es por el Espíritu Santo, que continuamente os recuerda -es decir, hace pasar por vuestro corazón- las palabras de Jesús y todo lo que Él hace y dice.

No es posible acercarse a Jesús si no somos atraídos por el Espíritu Santo, porque es el Espíritu quien nos despierta en la fe y nos inicia en la vida cristiana.

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Orar por los difuntos

Carta de Mons. D. Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa

Arzobispo electo de Valencia

Domingo, 30 de octubre de 2022

Los dos primeros días del mes de noviembre, en los que la Iglesia celebra la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos, los cristianos tenemos la piadosa costumbre de visitar los cementerios en los que reposan nuestros hermanos difuntos en la espera de la resurrección y de orar por su eterno descanso. Mis palabras de hoy pretenden ayudaros a que vivamos este momento con sentimientos verdaderamente cristianos.

La mañana del domingo de Pascua, las mujeres que habían acompañado al Señor durante su vida pública, que habían estado cerca de Él en el momento de su muerte y habían visto el lugar donde lo habían sepultado fueron a visitar el sepulcro. Los evangelios nos narran que sus sentimientos eran sentimientos de muerte. Pensaban que el Señor estaba muerto y que todo lo que habían vivido con Él era una ilusión que había terminado. Podemos imaginar la desilusión que se habría apoderado de ellas. En esos momentos estarían dominadas por el dolor y la desesperanza.

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Tejer fraternidad

Carta del cardenal D. Carlos Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid

Domingo, 30 de octubre de 2022

Las situaciones que está viviendo nuestro mundo y las que generamos y vivimos nosotros también, nos están reclamado una conversión a la fraternidad. Atrevámonos a hacer esta conversión: cada uno de nosotros, en las familias, en el pueblo, en las instituciones, etc. Las personas de todos los continentes nos están reclamando una conversión del corazón a la fraternidad. Cualquier página del Evangelio que elijamos, nos remite al mandamiento nuevo que con tanta fuerza proclamó Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34).

¿Dónde está la novedad de este mandamiento? ¿Por qué es nuevo? Al final del mandato aparecer el «como yo os he amado». En ese «como yo» está la gran novedad y la raíz para construir la fraternidad. La novedad está en el amor de Jesucristo, que es el amor de Dios, un amor que es universal, que lo es sin condiciones y sin límites; es un amor universal para todos los hombres. Regalándonos su mandamiento nos pide que nos amemos entre nosotros no solamente con nuestro amor, sino con el suyo. Ese amor que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones.

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Una guía para la santidad

Carta del cardenal D. Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

Domingo, 30 de octubre de 2022

La semana próxima celebraremos la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos. Estos días la Iglesia nos recuerda que, para los cristianos, la muerte no tiene la última palabra. Cristo ha resucitado y nos ha prometido que nosotros también resucitaremos y estaremos con Él. Esta es nuestra gran esperanza.

Los santos han experimentado esta esperanza, porque han vivido plenamente el mensaje del Evangelio. Ellos han puesto en práctica las bienaventuranzas que Jesús predicó en el Sermón de la Montaña. Las bienaventuranzas son una guía para la santidad. Son, como dice el papa Francisco, «el carnet de identidad del cristiano» (Gaudete et exsultate 63). Si queremos llegar a ser santos pongamos por obra el mensaje que contienen.

Jesús nos dice que seremos felices si somos humildes y pobres de espíritu. Los santos son aquellos que se sienten pobres y frágiles ante Dios. Es por ello que son capaces de acoger el amor de Dios y darlo a los demás. Solo cuando reconozcamos nuestra fragilidad, Dios podrá entrar en nuestro interior y transformar nuestra vida.

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