Carta de Mons. D. José Antonio Satué Huerto
Obispo de Teruel y Albarracín
Domingo, 19 de febrero de 2023

Quizá te parezca excesivo decir que Dios nos añora. Sin embargo, la Biblia está llena de párrafos en los que aflora la añoranza que Dios tiene de nosotros. Los profetas, hablando al pueblo de Israel, en el que todos estamos incluidos, dicen: «Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí… Pero era yo quien había criado a Efraín, tomándolo en mis brazos; y no reconocieron que yo los cuidaba» (Os 11, 1-3); «os llamé y no me respondisteis» (Jr 7,13), «¡no volvisteis a mí!» (Am 4,11).
Jesús de Nazaret describió la añoranza que Dios tiene de nosotros con la parábola del padre bueno que tenía dos hijos, a los que repartió la herencia, aun antes de morir. El pequeño se marchó a otro país y el padre añoraba su presencia; tanto que a menudo subía a lo más alto de la casa, para ver si su hijo volvía. El mayor se quedó, pero su corazón estaba lejos, y el padre añoraba su amor de hijo y de hermano; tanto que se puso a sus pies, para rogarle que compartiese su alegría, en la fiesta organizada por la vuelta del pequeño.
Benedicto XVI explicó la añoranza de Dios con estas preciosas palabras: «el Todopoderoso espera el “sí” de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa» (Mensaje para la Cuaresma, 2007).
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