Basílica Papal de San Pedro, Vaticano Miércoles, 13 de febrero de 2013
Homilía MIÉRCOLES DE CENIZA
Venerados Hermanos, Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, Miércoles de Ceniza, comenzamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se extiende por cuarenta días y nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la vida sobre la muerte. Siguiendo la antiquísima tradición romana de las stationes cuaresmales, nos hemos reunido para la celebración de la Eucaristía. Esta tradición establece que la primera estación tenga lugar en la Basílica de Santa Sabina, sobre la colina del Aventino. Las circunstancias han aconsejado que nos reunamos en la Basílica Vaticana. Somos un gran número en torno a la tumba del apóstol Pedro, para pedirle también su intercesión para el camino de la Iglesia en este momento particular, renovando nuestra fe en el Supremo Pastor, Cristo el Señor. Para mí, es una ocasión propicia para agradecer a todos, especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma, al disponerme a concluir el ministerio petrino, y para pedir un recuerdo particular en la oración.
Basílica Papal de San Pedro, Vaticano Sábado, 2 de febrero de 2013
Homilía FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR XVII Jornada Mundial de la Vida Consagrada
Queridos hermanos y hermanas:
En su relato de la infancia de Jesús, san Lucas subraya cuán fieles eran María y José a la ley del Señor. Con profunda devoción llevan a cabo todo lo que se prescribe después del parto de un primogénito varón. Se trata de dos prescripciones muy antiguas: una se refiere a la madre y la otra al niño neonato. Para la mujer se prescribe que se abstenga durante cuarenta días de las prácticas rituales, y que después ofrezca un doble sacrificio: un cordero en holocausto y una tórtola o un pichón por el pecado; pero si la mujer es pobre, puede ofrecer dos tórtolas o dos pichones (cf. Lev 12, 1-8). San Lucas precisa que María y José ofrecieron el sacrificio de los pobres (cf. 2, 24), para evidenciar que Jesús nació en una familia de gente sencilla, humilde pero muy creyente: una familia perteneciente a esos pobres de Israel que forman el verdadero pueblo de Dios. Para el primogénito varón, que según la ley de Moisés es propiedad de Dios, se prescribía en cambio el rescate, establecido en la oferta de cinco siclos, que había que pagar a un sacerdote en cualquier lugar. Ello en memoria perenne del hecho de que, en tiempos del Éxodo, Dios rescató a los primogénitos de los hebreos (cf. Éx 13, 11-16).
Basílica Papal de San Pablo Extramuros, Roma Viernes, 25 de enero de 2013
Homilía CELEBRACIÓN DE LAS SEGUNDAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO APÓSTOL XLVI Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
Queridos hermanos y hermanas,
Es siempre una alegría y una gracia especial reencontrarnos juntos, en torno a la tumba del apóstol Pablo, para concluir la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Saludo con afecto a los cardenales presentes, en primer lugar al cardenal Harvey, Arcipreste de esta Basílica, y con él al Abad de la comunidad de los monjes que nos acogen. Saludo al cardenal Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y a todos los colaboradores del dicasterio. Dirijo mis cordiales y fraternos saludos a su eminencia el metropolita Gennadios, representante del Patriarca ecuménico, al reverendo canónigo Richardson, representante personal en Roma del arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales, llegados aquí esta tarde. Además, me es particularmente grato saludar a los miembros de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, a quienes deseo un fructífero trabajo en la sesión plenaria que se está celebrando estos días en Roma, así como a los estudiantes del Ecumenical Institute of Bossey, de visita en Roma para profundizar en su conocimiento de la Iglesia católica, y a los jóvenes ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian aquí. Saludo finalmente a todos los presentes, reunidos para orar por la unidad de todos los discípulos de Cristo.
Capilla Sixtina, Vaticano Domingo, 13 de enero de 2013
Homilía FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR Rito del Bautismo de varios niños
Queridos hermanos y hermanas,
La alegría que brota de la celebración de la Santa Navidad encuentra hoy cumplimiento en la fiesta del Bautismo del Señor. A esta alegría se añade un ulterior motivo para nosotros, aquí reunidos: en el sacramento del Bautismo que dentro de poco administraré a estos neonatos se manifiesta la presencia viva y operante del Espíritu Santo que, enriqueciendo a la Iglesia con nuevos hijos, la vivifica y la hace crecer, y de esto no podemos no alegrarnos. Deseo dirigiros un especial saludo a vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas, que hoy testimoniáis vuestra fe pidiendo el Bautismo para estos niños, a fin de que sean generados a la vida nueva en Cristo y entren a formar parte de la comunidad de creyentes.
Basílica Papal de San Pedro, Vaticano Domingo, 6 de enero de 2013
Homilía SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR Ordenación episcopal de cuatro nuevos obispos
Queridos hermanos y hermanas,
Para la Iglesia creyente y orante, los Magos de Oriente que, bajo la guía de la estrella, encontraron el camino hacia el pesebre de Belén, son el comienzo de una gran procesión que recorre la historia. Por eso, la liturgia lee el evangelio que habla del camino de los Magos junto con las espléndidas visiones proféticas de Isaías 60 y del Salmo 72, que ilustran con imágenes audaces la peregrinación de los pueblos hacia Jerusalén. Al igual que los pastores que, como primeros huéspedes del Niño recién nacido que yace en el pesebre, son la personificación de los pobres de Israel y, en general, de las almas humildes que viven interiormente muy cerca de Jesús, así también los hombres que vienen de Oriente personifican al mundo de los pueblos, la Iglesia de los gentiles -los hombres que a través de los siglos se dirigen al Niño de Belén, honran en él al Hijo de Dios y se postran ante él. La Iglesia llama a esta fiesta «Epifanía», la aparición del Divino. Si nos fijamos en el hecho de que, desde aquel comienzo, hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo, podemos decir verdaderamente que esta peregrinación y este encuentro con Dios en la figura del Niño es una Epifanía de la bondad de Dios y de su amor por los hombres (cf. Tt 3, 4).
Basílica Papal de San Pedro, Vaticano Martes, 1 de enero de 2013
Homilía SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS XLVI Jornada Mundial de la Paz
Queridos hermanos y hermanas:
«Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros». Así, con estas palabras del Salmo 66, hemos aclamado, después de haber escuchado en la primera lectura la antigua bendición sacerdotal sobre el pueblo de la alianza. Es particularmente significativo que al comienzo de cada año Dios proyecte sobre nosotros, su pueblo, la luminosidad de su santo Nombre, el Nombre que viene pronunciado tres veces en la solemne fórmula de la bendición bíblica. Resulta también muy significativo que al Verbo de Dios, que «se hizo carne y habitó entre nosotros» como la «luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (Jn 1, 9.14), se le dé, ocho días después de su nacimiento – como nos narra el evangelio de hoy – el nombre de Jesús (cf. Lc 2, 21).
Estamos aquí reunidos en este nombre. Saludo de corazón a todos los presentes, en primer lugar a los ilustres Embajadores del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Saludo con afecto al Cardenal Bertone, mi Secretario de Estado, y al Cardenal Turkson, junto a todos los miembros del Pontificio Consejo Justicia y Paz; a ellos les agradezco particularmente su esfuerzo por difundir el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que este año tiene como tema «Bienaventurados los que trabajan por la paz».
Basílica Papal de San Pedro, Vaticano Lunes, 31 de diciembre de 2012
Homilía CELEBRACIÓN DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS Te Deum de acción de gracias al finalizar el año civil
Señores cardenales, Venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado, Distinguidas autoridades, Queridos hermanos y hermanas:
Doy las gracias a cuantos habéis querido participar en esta liturgia de la última hora del año del Señor 2012. Esta «hora» lleva en sí una intensidad particular y se convierte, en cierto modo, en una síntesis de todas las horas del año que está a punto de pasar. Saludo cordialmente a los señores cardenales, a los obispos, a los presbíteros, a las personas consagradas y a los fieles laicos, especialmente a quienes representan a la comunidad eclesial de Roma. De manera particular saludo a todas las autoridades presentes, empezando por el alcalde de la ciudad, y le agradezco que haya querido compartir con nosotros este momento de oración y de acción de gracias a Dios.
El Te Deum que elevamos al Señor esta tarde, al término de un año solar, es un himno de gratitud que se abre con la alabanza —«A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos»— y concluye con una profesión de confianza —«En ti, Señor, confié; no me veré defraudado para siempre»—. Cualquiera que haya sido la marcha del año, fácil o difícil, estéril o rico de frutos, nosotros damos gracias a Dios. En el Te Deum, de hecho, se contiene una sabiduría profunda: la sabiduría que nos hace decir que, a pesar de todo, existe el bien en el mundo, y este bien está destinado a vencer gracias a Dios, el Dios de Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado. Cierto: a veces es difícil percibir esta profunda realidad porque el mal hace más ruido que el bien; un homicidio feroz, extendidas violencias, graves injusticias son noticia; al contrario, los gestos de amor y de servicio, la fatiga cotidiana soportada con fidelidad y paciencia, se quedan a menudo en la sombra, no emergen. Es motivo también para que no nos quedemos sólo en las noticias si queremos entender el mundo y la vida; debemos ser capaces de detenernos en el silencio, en la meditación, en la reflexión serena y prolongada; debemos saber pararnos a pensar. De este modo nuestro ánimo puede hallar curación de las inevitables heridas del día a día, puede profundizar en los hechos que ocurren en nuestra vida y en el mundo y llegar a esa sabiduría que permite valorar las cosas con ojos nuevos. Sobre todo en el recogimiento de la conciencia, donde nos habla Dios, se aprende a contemplar con verdad las propias acciones, también el mal presente en nosotros y a nuestro alrededor, para comenzar un camino de conversión que haga más sabios y mejores, más capaces de generar solidaridad y comunión, de vencer el mal con el bien. El cristiano es un hombre de esperanza —también y sobre todo frente a la oscuridad que a menudo existe en el mundo y que no depende del proyecto de Dios, sino de las elecciones erróneas del hombre— pues sabe que la fuerza de la fe puede mover montañas (cf. Mt 17, 20): el Señor puede iluminar hasta la tiniebla más densa.
Basílica Papal de San Pedro, Vaticano Lunes, 24 de diciembre de 2012
Homilía MISA DE MEDIANOCHE EN LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Queridos hermanos y hermanas,
Una vez más, como siempre, la belleza de este Evangelio nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Nuevamente nos conmueve que Dios se haya hecho niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme.
Nuevamente me llega al corazón esa palabra del evangelista, dicha casi de pasada, de que no había lugar para ellos en la posada. Surge inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? Y después nos percatamos de que esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1, 11). Así que la gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para Dios. Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado. Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? La metodología de nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, él no debe existir. Aunque parece llamar a la puerta de nuestro pensamiento, debe ser rechazado con algún razonamiento. Para que se sea considerado serio, el pensamiento debe estar configurado de manera que la «hipótesis Dios» sea superflua. No hay sitio para él. Tampoco hay lugar para él en nuestros sentimientos y deseos. Nosotros nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones. Estamos completamente «llenos» de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros. A partir de la sencilla palabra sobre la falta de sitio en la posada, podemos darnos cuenta de lo necesaria que es la exhortación de san Pablo: «Transformaos por la renovación de la mente» (Rom 12, 2). Pablo habla de renovación, de abrir nuestro intelecto (nous); habla, en general, del modo en que vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos. La conversión que necesitamos debe llegar verdaderamente hasta las profundidades de nuestra relación con la realidad. Roguemos al Señor para que estemos vigilantes ante su presencia, para que oigamos cómo él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer. Oremos para que se cree en nuestro interior un espacio para él. Y para que, de este modo, podamos reconocerlo también en aquellos a través de los cuales se dirige a nosotros: en los niños, en los que sufren, en los abandonados, los marginados y los pobres de este mundo.
Parroquia de San Patricio, en Colle Prenestino Domingo, 16 de diciembre de 2012
Homilía III DOMINGO DE ADVIENTO (C) Visita pastoral a la parroquia romana de San Patricio en Colle Prenestino
Queridos hermanos y hermanas de la parroquia de San Patricio:
Me alegro mucho de estar entre vosotros y de celebrar con vosotros y para vosotros la Santa Eucaristía. Desearía ante todo ofrecer algún pensamiento a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado. En este tercer domingo de Adviento, llamado domingo «Gaudete», la liturgia nos invita a la alegría. El Adviento es un tiempo de compromiso y de conversión para preparar la venida del Señor, pero la Iglesia hoy nos hace pregustar la alegría de la Navidad ya cercana. De hecho, el Adviento también es tiempo de alegría, pues en él se vuelve a despertar en el corazón de los creyentes la esperanza del Salvador, y esperar la llegada de una persona amada es siempre motivo de alegría. Este aspecto gozoso está presente en las primeras lecturas bíblicas de este domingo. El Evangelio en cambio se corresponde a la otra dimensión característica del Adviento: la de la conversión en vista de la manifestación del Salvador, anunciado por Juan Bautista.
Basílica Papal de San Pedro, Vaticano Sábado, 1 de diciembre de 2012
Homilía PRIMERAS VÍSPERAS DEL I DOMINGO DE ADVIENTO Encuentro con los universitarios de los ateneos romanos y de las universidades pontificias
«El que os llama es fiel» (1 Tes 5, 24).
Queridos amigos universitarios:
Las palabras del apóstol Pablo nos guían para captar el verdadero significado del Año litúrgico, que esta tarde comenzamos juntos con el rezo de las primeras Vísperas de Adviento. Todo el camino del año de la Iglesia está orientado a descubrir y a vivir la fidelidad del Dios de Jesucristo que en la cueva de Belén se nos presentará, una vez más, con el rostro de un niño. Toda la historia de la salvación es un itinerario de amor, de misericordia y de benevolencia: desde la creación hasta la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, desde el don de la Ley en el Sinaí hasta el regreso a la patria de la esclavitud babilónica. El Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob ha sido siempre el Dios cercano, que jamás ha abandonado a su pueblo. Muchas veces ha sufrido con tristeza su infidelidad y esperado con paciencia su regreso, siempre en la libertad de un amor que precede y sostiene al amado, atento a su dignidad y a sus expectativas más profundas.