El ministerio del lector

SECRETARIADO

EL MINISTERIO DEL LECTOR

Directorio Litúrgico-pastoral

INTRODUCCIÓN

1. Un ministerio recuperado

La proclamación de la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica es un verdadero servicio eclesial. Después del Concilio Vaticano II, el ministerio del lector ha vuelto a tener el relieve que le corresponde en el conjunto de carismas y oficios suscitados por el Espíritu Santo en la Iglesia para la edificación de todo el Cuerpo [1].

2. Cristo desempeñó este ministerio

Como todo servicio eclesial, el ministerio del lector tiene su origen en Cristo, autor de la Iglesia; el cual entendió su misión confiada por el Padre como una diaconía (cf. LG 18), haciéndose servidor de todos [2]. En un gesto que es preciso interpretar a la luz de este espíritu de servicio, Jesús, estando en la sinagoga de Nazaret, «se puso en pie para hacer la lectura», leyendo y comentando después el pasaje del profeta Isaías, que lo presentaba como el Ungido del Señor para anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, según refiere el evangelista san Lucas (cf. Lc 4,16ss).

3. Importancia del ministerio del lector

La figura de Jesús, en pie ante la asamblea, con el volumen del profeta Isaías en las manos, leyendo la Palabra divina en el marco de la liturgia sinagogal, ilumina por sí sola un ministerio que tiene como objeto «proclamar la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas, educar en la fe a los niños y a los adultos, prepararlos para recibir dignamente los sacramentos y anunciar la Buena Noticia de la salvación a los hombres que aún la ignoran» [3].

El ministerio del lector es uno de los ministerio instituidos por la Iglesia que pueden ser conferidos con un rito especial. El fiel que los recibe queda constituido con para desempeñar esta función de manera estable [4]. Sin embargo, este ministerio puede ser desempeñado en las celebraciones litúrgicas, como encargo temporal, por todos los laicos [5], para que se lleva a cabo lo dispuesto en el Concilio Vaticano II de que, «en las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple laico, al desempeñar su oficio, hará todo y solo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas» (SC 28).

4. Finalidad del presente documento

El hecho de que la función del lector pueda ser desempeñada también por encargo temporal u ocasional no solo no resta importancia al servicio de la proclamación de la Palabra, sino que constituye un motivo más para tomar este ministerio con la mayor serenidad y procurar, con diligencia, la preparación adecuada de las personas que han de ejercitarlo con sentido litúrgico, competencia técnica y aprovechamiento espiritual [6].

Con el fin de urgir y orientar la preparación, tanto de los lectores instituidos como de los no instituidos, se hace público este directorio que ha elaborado el Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia. El directorio pretende contribuir a mejorar las celebraciones litúrgicas, objetivo constante en toda programación pastoral.

PRIMERA PARTE
LA LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

5. Leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica

La lectura de la Sagrada Escritura en el marco de la celebración es un acto litúrgico, el centro de la liturgia de la Palabra. Por medio de la lectura o proclamación de la Palabra «se expresan de modo admirable los múltiples tesoros de la única Palabra de Dios, ya sea en el transcurso del año litúrgico, en el que se recuerda el misterio de Cristo en su desarrollo, ya en la celebración de los sacramentos y sacramentales de la Iglesia o en la respuesta de cada fiel a la acción interna del Espíritu Santo, ya que entonces la misma celebración litúrgica, que se sostiene y se apoya principalmente en la Palabra de Dios, se convierte en un acontecimiento nuevo y enriquece esta palabra con una nueva interpretación y una nueva eficacia» [7].

La economía divina dispuso que la Palabra fuese alimento vital del pueblo de Dios, el cual no podría subsistir sin esta comida que es fuerza de la fe (cf. DV 23). Por eso, la Iglesia, depositaria de las Sagradas Escrituras (cf. DV 9-10), «no deja de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la liturgia» [8].

La liturgia es, por tanto, lugar privilegiado donde la Palabra salvadora de Dios habla a su pueblo [9], «Cristo sigue anunciando el Evangelio y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración» (SC 33). La Palabra de la Escritura, cuando es proclamada en las celebraciones litúrgicas, constituye uno de los modos de la misteriosa y real presencia del Señor entre los suyos, como enseña el Concilio Vaticano II: «Él está presente en su palabra, pues, cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla» [10].

6. La función del lector

En este diálogo vivo entre Dios y su pueblo, que es anuncio eficaz de la Palabra y respuesta gozosa de la fe [11], el ministerio del lector aparece como un servicio de mediación, en el que la función del que lee consiste en hacerse mensajero y portavoz de la Palabra de Dios. El lector litúrgico es el último eslabón para que la Palabra de Dios llegue al pueblo, ofreciendo su voz y sus recursos de interpretación para que en ellos se realice esa especie de última en-carnación o morada de la Palabra entre los hombres.

Como dice san Agustín: «Por condescendencia con nosotros, la Palabra ha descendido a las sílabas de nuestros sonidos» [12]; en este mundo, la Palabra se nos da «en letras, en sonidos, en códices… en la voz del lector y del homileta» [13].

El lector participa, en cierto modo, de la misión profé-tica de aquellos que han sido llamados, como sucesores de los apóstoles, para enseñar a todas las gentes y predicar el Evangelio a toda criatura [14]. En el contexto del ministerio profético, el lector aparece como un signo vivo de la presencia del Señor en su Palabra.

«Por amor a esta Palabra y por agradecimiento a este don de Dios, el lector litúrgico tiene que hacer un acto de entrega y un esfuerzo diligente. Si su voz no suena, no resonará la Palabra de Cristo; si su voz no se articula, la Palabra se volverá confusa; si no da bien el sentido, el pueblo no podrá comprender la Palabra; si no da la debida expresión, la Palabra perderá parte de su fuerza. Y no vale apelar a la omnipotencia divina, porque el camino de la omnipotencia, también en la liturgia, pasa por la encarnación» [15].

7. Las competencias del lector

Según la tradición litúrgica, la lectura de los textos bíblicos en la asamblea no es un oficio presidencial, sino ministerial [16]. Salvo el evangelio, reservado al diácono o, faltando este, al presbítero, las demás lecturas deben hacerlas los lectores [17].

El motu proprio Ministeria quaedam, de Pablo VI, define así las competencias del lector instituido:

«El lector queda instituido para la función que le es propia de leer la Palabra de Dios en la asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el evangelio, en la misa y en las demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitará el salmo interleccional; proclamará las intenciones de la oración de los fieles cuando no haya a disposición diácono o cantor; dirigirá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir dignamente los sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la preparación de otros fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Sagrada Escritura en los actos litúrgicos» [18].

La proclamación de las lecturas bíblicas, excepto el evangelio, constituye la tarea específica y principal del lector, tanto del que ha sido constituido para desempeñar esta función de manera estable como del que tiene un encargo temporal u ocasional. Las restantes atribuciones, que pueden desempeñar todos los laicos a tenor de la norma del derecho [19], tienen carácter unas veces de suplencia de otros ministerios litúrgicos, como el del salmista, o el del monitor, o el del director del canto, y otras veces de complemento de su función propia y específica. En este sentido, la preparación de los que han de recibir los sacramentos, mediante la catequesis más directamente litúrgica, pertenece al mismo contexto pastoral y sacramental que las moniciones en el interior de la celebración, las cuales están reservadas al sacerdote, al diácono o al comentador [20].

Según la OGMR, al que ejerce el ministerio de lector se le asignan las siguientes competencias o encargos [21]:

Respecto a los ritos iniciales:

«En la procesión al altar, en ausencia del diácono, el lector, con la debida vestidura, puede llevar el Evangeliario un poco elevado: en este caso precede al sacerdote; de lo contrario va con los otros ministros» (n. 194).

«Al llegar al altar hace la debida reverencia junto con los demás. Si lleva el Evangeliario, accede al altar y lo coloca sobre el mismo. Luego ocupa su lugar en el presbiterio junto con los otros ministros» (n. 195).

Respecto a la liturgia de la Palabra:

«[El lector] lee desde el ambón las lecturas que preceden al evangelio. Cuando no hay salmista, después de la primera lectura puede proclamar el salmo responsorial» (n. 196).

«En ausencia del diácono puede proclamar desde el ambón las intenciones de la oración universal, después de que el sacerdote ha hecho la introducción a la misma» (n. 197).

«Si no hay canto de entrada ni de comunión y los fíeles no recitan las antífonas propuestas en el Misal, las puede decir en el momento conveniente (cf. OGMR, nn. 48, 87)» (n. 198).

La promoción de nuevos lectores o la instrucción de los que eventualmente realicen esta función, como tareas confiadas al lector instituido, contribuyen también a realzar este ministerio en el conjunto de la vida eclesial.

8. Acoger la Palabra para poder transmitirla

Para realizar mejor y más perfectamente las funciones que corresponden al lector, debe este empaparse de «aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura» que es característico de la liturgia (cf. SC 24). El lector es un ministro de la Palabra que debe transmitir a los fieles «los tesoros bíblicos de la Iglesia», puestos a disposición de los fieles con mayor abundancia en la mesa de la Palabra de Dios [22]. Es necesario, pues, que profundice en el conocimiento de las Escrituras mediante la lectura asidua y el estudio diligente, cuidando de que la lectura vaya siempre acompañada de la oración para que se entable diálogo entre Dios y el hombre, ya desde el primer contacto del lec-tor con los textos que ha de proclamar (cf. DV 25). El lector debe familiarizarse con el mensaje bíblico en su conjunto, meditándolo personalmente y acogiéndolo con corazón de discípulo que se deja llenar por la Palabra divina que ha de comunicar (cf. Lc 2,19.51) [23].

Por otra parte, el testimonio personal, que ha de brotar de esta meditación asidua de la Palabra de Dios, hace de los lectores eficaces anunciadores del mensaje no solo con la palabra, sino también con la verdad de los hechos [24].

9. Un servicio al pueblo de Dios

Al desempeñar su ministerio, el lector pone al servicio de la Palabra de Dios toda su persona y toda su capacidad de comunicación. Pero también hace esto mismo al servicio de la asamblea de los fieles, para que el pueblo pueda comprender la Palabra divina y ponerla en práctica (cf. Jn 14,15). Dada la íntima conexión y unidad entre la liturgia de la Palabra y la liturgia del sacramento, los fieles, recibiendo la Palabra y nutridos por ella en su fe, son conducidos a una más fructífera participación en los misterios que celebran [25]. La asamblea litúrgica necesita de lectores, aunque no estén instituidos para esta función mediante el rito correspondiente. Hay que procurar, por tanto, que haya lectores idóneos, convenientemente preparados para ejercer este ministerio. Donde haya lectores instituidos, estos deben ejercer su función propia, por lo menos los domingos y días festivos, sobre todo en la celebración principal [26].

«El lector instituido tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer él, aunque haya otro ministro de grado superior» [27]. Este principio tiene también aplicación en la celebración de la eucaristía, en la que los oficios propios del diácono o de otros minis-tros los realizan algunos de los concelebrantes si no se dispone de los citados ministros [28].

SEGUNDA PARTE
SEGERENCIAS PRÁCTICAS

10. Quiénes pueden ser lectores

El ministerio del lector no es algo reservado a los candidatos al sacramento del orden, por lo que puede ser confiada a los laicos. Pero los candidatos al diaconado y al sacerdocio deben recibir este ministerio y ejercerlo durante un tiempo conveniente para prepararse mejor al futuro servicio de la Palabra [29]. Los requisitos y las exigencias para que a estos candidatos les sea conferido el ministerio del lector han sido determinados por la Conferencia Episcopal Española en la XX Asamblea Plenaria, celebrada en Madrid del 17 al 22 de junio de 1974 [30].

Los varones laicos que tengan edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal pueden ser llamados para el ministerio estable del lector, mediante el rito litúrgico prescrito (CIC, can. 230/1). Por encargo temporal, los laicos, lo mismo varones que mujeres, pueden desempeñar la función de lector en las celebraciones litúrgicas (cf. CIC, can. 230/2).

11. La preparación de los lectores

Los lectores han de ser aptos y diligentemente preparados [31]. La aptitud lleva consigo una serie de cualidades espirituales centradas en el conocimiento y amor a la Sagrada Escritura, y unas dotes humanas concernientes al arte de la comunicación. El lector ha de cumplir su cometido con conciencia de su misión y de su responsabilidad.

Para desempeñar diligentemente su ministerio, la preparación debe abarcar los siguientes aspectos:

a) Instrucción bíblica, que debe apuntar a que los lectores estén capacitados para percibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado. No se trata tanto de que conozcan los aspectos exegéticos de los textos como de que adquieran un conocimiento profundo y vital de la Sagrada Escritura a la luz de la tradición litúrgica.

Instrucción litúrgica que facilita a los lectores una cierta percepción del sentido y de las estructuras de la liturgia de la Palabra, y de su conexión con los ritos sacramentales, de modo particular con la liturgia eucarística. El lector deberá estar informado de la composición de leccionario de la misa de acuerdo con los diferentes tiempos del Año litúrgico, y de los leccionarios propios de la celebración de los diferentes sacramentos. El conocimiento de los criterios de ordenación y armonización de las lecturas entre sí le será muy útil para ayudar a quienes se preparan a recibir algún sacramento a elegir los textos más adecuados [32].

b) Preparación técnica relativa a la comunicación y a la lectura en público, ya sea de viva voz o con ayuda de los instrumentos moderno que la amplifican. El lector debe alcanzar un cierto grado de capacitación para desempeñar correctamente su función, sin detrimento del amor y de la dedicación a la Sagrada Escritura de que se ha hablado antes [33].

Teniendo en cuenta todo esto, es evidente que no se puede improvisar un lector. No se trata de excluir a nadie de este ministerio, sino de confiarlo, con serenidad y preparación, a quienes ofrecen garantías suficientes.

12. Condiciones materiales para una buena proclamación

La proclamación de la Palabra de Dios requiere un mínimo de condiciones materiales. Comenzando por el libro, es necesario que esté bien impreso, que los caracteres gráficos sean netamente visibles, que el texto destinado a la lectura pública haya sido traducido teniendo en cuenta esta finalidad [34], y sea dispuesto en las páginas de forma que las proposiciones y las frases que expresen la misma idea estén reagrupadas y el lector perciba al mismo tiempo el sujeto y el verbo. El libro debe estar colocado en el ambón, a una altura conveniente, para que el lector pueda ver fácilmente a la asamblea, al mismo tiempo que lee, y ser visto por ella.

También son indispensables una buena iluminación del libro y una adecuada colocación del micrófono, si hay que usarlo. La iluminación y la acústica deben ser objeto de mayor atención por parte de los responsables de los templos y de la liturgia en general. El detalle es muy importante en orden a que se establezca la necesaria comunicación oral y visual entre el lector y la asamblea.

En la construcción de nuevas iglesias o en la reforma de las ya existentes se deben cuidar al máximo estos aspectos, que no son meramente funcionales, sino condicionantes básicos de la participación de los fieles en la acción litúrgica [35].

13. Técnica de proclamación

Leer en voz alta no es lo mismo que leer en privado. Proclamar un texto sagrado que tiene valor inmutable y decisivo para la asamblea que celebra es aún más importante que hablar a esa asamblea. El pasaje bíblico, que es Palabra de Dios, no puede llegar a sus destinatarios, los fieles que forman la comunidad reunida, con menos energía y menor viveza que las demás palabras que se pronuncian en la celebración.

El lector no solo debe leer, sino leer bien, de modo que la Palabra sea entendida y comprendida. Cada palabra del texto cobra vida en los labios del lector. Él es el que pronuncia lo que lee y descubre lo que está escrito, dando a cada palabra y a cada frase su sentido exacto. Por eso el lector debe llevar a la práctica algunos consejos útiles para proclamar bien:

a) Preparación de la lectura o conocimiento previo del texto que va a proclamar. El lector debe familiarizarse con las palabras que va a leer, hasta hacerlas suyas, especialmente con las palabras esenciales o difíciles de pronunciar, y ha de descubrir los momentos de más intensidad.

En la preparación de la lectura hay que tener en cuenta tanto el género literario del texto bíblico, es decir, si es narrativo, lírico, meditativo, parenético, midrásico, etc., como la estructura interna del pasaje, si es un diálogo, un poema, una exhortación, etc. [36]

No se trata de verter los propios sentimientos en el texto, sino de asimilar la Palabra de Dios e intentar manifestar su contenido con expresividad, sin fingimiento, con sencillez, sin afectación.

b) Articulación y tono. La lectura debe llegar al auditorio sin que se pierda una palabra o una sílaba. Al leer se debe abrir la boca lo suficiente para que se escuchen perfectamente todas las vocales, y para que las consonantes se hagan sentir con nitidez.

Es necesario atender al estilo y estructura de cada frase, para que los oyentes las perciban con claridad. Las frases o palabras que forman grupo deben ser leídas sin interrupción, para no romper el sentido del conjunto.

Al texto hay que darle vida. Aunque la lectura se haga con claridad, se puede caer en la monotonía. Esto se evita con el tono y el ritmo que se den a la lectura. Es preciso huir de la voz monocorde y del «tonillo». Las interrogaciones y los paréntesis en el texto son una buena ocasión para subir o bajar la voz. Los finales de frase no tienen por qué obligar a hacer inflexiones de manera sistemática.

Por otra parte, la acústica del templo o del lugar de la proclamación impone también ciertas condiciones al lector. Tan molesta puede resultar una voz hiriente que grita en una iglesia pequeña como una voz apagada y mortecina en un templo grande.

c) Ritmo de proclamación. El ritmo es un elemento indispensable para la comprensión del texto que se proclama; es manifestación externa del dinamismo interno del pasaje. Cada lector tiene su propio ritmo, incluso cada lectura exige el suyo. Lo verdaderamente importante es que los oyentes entiendan el mensaje transmitido.

De ahí que sea necesario equilibrar diversos movimientos en una lectura. El lector, desde la primera frase, debe imponer la atención por medio de una voz sosegada y firme, que anuncia y transmite un mensaje.

Una lectura demasiado rápida se hace incomprensible, pues obliga al oído a hacer un esfuerzo mayor. Por el contrario, la excesiva lentitud provoca apatía y somnolencia. La estructura del texto es la que impone el ritmo, pues no todo tiene la misma importancia dentro del conjunto. Se puede leer más aprisa un pasaje que tiene una importancia menor y dar un ritmo más lento a las frases que merecen un mayor interés.

La puntuación debe ser escrupulosamente respetada. Las pausas del texto permiten respirar al lector, y ayudan al auditorio a comprender plenamente lo que se está leyendo.

d) Leer con expresión. El lector debe identificarse con lo que lee, para que la palabra que transmite surja viva y espontánea, captando a los oyentes, y penetre en el corazón que escucha.

Para que la lectura sea expresiva, el lector tiene que procurar leer con:

  • sinceridad, es decir, sin condicionamientos, hinchazón o artificios;
  • claridad y precisión, conduciendo al oyente hacia el contenido, sin detenerle en las
    palabras;
  • originalidad, imprimiendo a la lectura un sello de distinción y personalidad, de acuerdo con los matices que ofrece cada texto;
  • misión y convicción, actitudes que encierran fuerza y persuasión;
  • recogimiento y respeto, como corresponde a una acción sagrada.

14. Actitud corporal y vestidura del lector

El lector ha de saberse portavoz de la Palabra divina en un contexto religioso y cultual. Para cumplir con fidelidad esta misión, el lector debe manifestar en su compostura exterior, cuando ejerce el ministerio, que es el primero en aceptar la palabra que proclama.

En efecto, el gesto del lector es manifestación de su identificación con lo que dice. Con su actitud corporal, al leer, puede apoyar o desautorizar el mensaje que transmite. El cuerpo, el vestido, el rostro y las manos deben denotar un sentimiento interior. El estar cara a la asamblea, en un plano elevado, con una vestidura litúrgica incluso, son motivos para cuidar al máximo la expresividad corporal.

El lector instituido en su propio ministerio, cuando sube al ambón para leer la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas, debe llevar la vestidura sagrada propia de su función, que es el alba ceñida con el cíngulo [37]. «Los que ejercen esta función de modo transitorio, e incluso habitualmente, pueden subir al ambón con la vestidura ordinaria, aunque respetando las costumbres de cada lugar» [38].

15. El canto de las lecturas

El criterio para determinar qué partes deben ser cantadas en una celebración no puede ser exclusivamente la solemnización de la acción litúrgica, sino la participación de los fieles, según el carácter de cada pueblo y las posibilidades de cada asamblea. «Al hacer la selección de lo que de hecho se va a cantar, se dará preferencia a las partes que tienen mayor importancia, sobre todo aquellas que deben cantar el sacerdote, el diácono o el lector, con respuesta del pueblo; o el sacerdote y el pueblo al mismo tiempo» [39].

Estos criterios tienen particular aplicación al canto de las lecturas y de las aclamaciones que las acompañan. Aunque las lecturas pueden cantarse, la mayoría de las veces será más oportuno proclamarlas sin canto [40]. El canto no puede mermar la inteligibilidad del texto, aunque es preciso reconocer también que pude ser un poderoso medio para subrayar expresivamente determinados pasajes, sobre todo del evangelio [41].

Sin embargo, las aclamaciones que acompañan a las lecturas deben ser cantadas, particularmente las aclamaciones del evangelio, que se encuentran entre los cantos que pertenecen al primer grado de participación de los fieles [42]. Lo mismo debe decirse acerca del salmo responsorial, a causa de su gran importancia [43]. El canto o recitación del salmo responsorial corresponde al salmista.

16. Las moniciones y las lecturas

Al comenzar la liturgia de la Palabra puede ser oportuno hacer una breve introducción a las lecturas que se han de proclamar, con el fin de ayudar a los fieles a captar su sentido litúrgico y conexión entre sí [44]. Estas moniciones han de ser necesariamente muy breves, y en modo alguno pueden suplantar a la homilía. Deben huir por igual de la explicación exegética y de la erudición histórica, como de las aplicaciones concretas a la vida. Si lo primero se ha debido hacer antes, en la preparación de la celebración, lo segundo corresponde hacerlo al predicar la homilía.

Las moniciones puede hacerlas el comentador, que ocupa un lugar conveniente delante de los fieles, pero no sube al ambón [45]. El sacerdote que preside pude hacer también esta introducción a la liturgia de la Palabra antes de las lecturas [46].

Preparar por escrito estas moniciones y leerlas de una manera viva puede ser un medio eficaz para no caer en los defectos señalados antes y realizar esta función de perfecto acuerdo con el ministro celebrante, responsable último de la celebración.

17. El silencio en el ejercicio del ministerio del lector

El silencio es un elemento importante de la celebración, no solo el silencio exterior, la ausencia de ruidos, sino también el silencio interior, como clima para el encuentro del hombre con Dios [47]. Para escuchar con provecho la Palabra de Dios es preciso crear el silencio material, ambiental, como condición previa o preparación para el recogimiento y la atención interior.

La palabra del lector debe surgir en el silencio, porque de lo contrario será un ruido más que se suma a otros ruidos y no manifestará ni comunicará nada. Nunca debe comenzar el lector a leer hasta que los fieles no estén acomodados y hayan desaparecido los ruidos. Es preciso tener calma y no acercarse precipitadamente al ambón, mantener una postura digna y, antes de empezar a leer, tratar de comunicarse con la asamblea a través de una mirada confiada.

Pero la palabra no solo brota en el silencio, también se desarrolla y vivifica en el silencio. Hablar o leer sin silencio es matar las palabras, convirtiendo la lectura en una pesada monotonía. Durante la lectura, las pausas, de acuerdo con la intensidad de las frases que se van leyendo, ayudan a interiorizar la palabra proclamada y hacen posible el asentimiento y la aquiescencia espiritual. La excesiva rapidez en leer y la falta de quietud y de silencios en la transmisión oral convierte la lectura en una sucesión encadenada de frases que resbalan superficialmente.

El silencio al final de la lectura está expresamente recomendado para que, al callar la voz del lector, resuene en el interior del hombre la Palabra de Dios que se ha proclamado [48]. Este silencio meditativo, que no tiene por qué ser prolongado, es tiempo propicio para la escucha interior y predispone para la respuesta a la Palabra de Dios, que ha de brotar en la asamblea por medio del canto o de la oración.

18. El Leccionario

Este directorio no sería completo si no presentase atención también al libro litúrgico de la Palabra de Dios, que es el Leccionario. El Leccionario es un signo sagrado, es decir, sacramental, de la presencia de Dios en su comunicación a los hombres por medio de su Palabra leída y proclamada. El Concilio Vaticano II recuerda que la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la liturgia [49].

Este amor a las escrituras se manifiesta en los honores litúrgicos con que es honrado el Leccionario, que es llevado en procesión, entre luces, incensado y besado, depositado sobre el altar y saludado con aclamaciones y cantos. Particularmente el libro del Evangelio, el Evangeliario, debería ser distinto de los otros leccionarios [50], un libro que en su impresión, encuadernación, guardas y adornos dé a entender la estima que la comunidad cristiana siente por él. Habría que recuperar el tratamiento que el arte del pasado dispensó al libro de la Palabra de Dios y volver, otra vez, a  contar con ejemplares preciosos que hablen también con el lenguaje de su simbolismo y belleza.

19. El ambón

«La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un lugar adecuado para su proclamación, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles. Conviene que, en general, este lugar sea un ambón estable, no un facistol portátil. El ambón, según la estructura de cada iglesia, debe estar colocado de tal manera que permita al pueblo ver y oír bien a los ministros ordenados y a los lectores» [51].

El ambón es el lugar de la proclamación de las lecturas, que debe ocupar el lector cuando ejerce su ministerio. El ambón no es, de suyo, el lugar del comentador o del director del canto [52].

Después de la celebración, el Leccionario, abierto sobre el ambón, puede permanecer como un recordatorio de la Palabra proclamada.

20. Las lecturas en las misas con niños

La proclamación de la Palabra de Dios en las misas con niños merece una atención particular, a fin de despertar en ellos el amor a la Escritura, verdadero alimento de la fe para ello, aun antes de que comiencen a participar en el banquete eucarístico.

A través de los signos y de los gestos que acompañan la lectura, los niños irán percibiendo la importancia y el valor de la liturgia de la Palabra. Es preciso cuidar al máximo, como recomienda el Directorio para las misas con niños, de 1973, tanto el ambiente como la actitud del lector y el modo de leer. Entre los elementos que pueden ayudar a dar a la lectura de la Palabra de Dios el honor que merece, y al mismo tiempo preparar a los niños para su escucha, se encuentran la procesión del Evangelio, el uso de luces e incienso, las moniciones introductorias y el beso y ostensión del libro. Es importante también conseguir el clima adecuado de silencio y respeto en la asamblea infantil.

Las lecturas pueden ser proclamadas por los niños, a excepción del evangelio, que corresponde al sacerdote o al diácono. Es conveniente que sean también los catequistas los que lean alguna vez las lecturas o las introduzcan con breves moniciones. «Cuando el texto de la lectura lo pide, puede ser útil que los mismos niños lean, distribuyéndose partes distintas, tal como está establecido para la lectura de la pasión en Semana Santa» [53]. La dramatización o escenificación de los pasajes bíblicos debe hacerse durante la catequesis o en la preparación de la misa, en todo caso fuera de la celebración, para no desvirtuar la fuerza de la proclamación de la Palabra.

Los criterios en cuanto al número y selección de las lecturas en las misas con niños están señalados en el Directorio de 1973 (nn. 42-46) y en el Leccionario para las misas con niños, aprobado por la Conferencia Episcopal.

21. Las lecturas en el Oficio divino

Las horas del Oficio divino, cuando son celebradas por una asamblea litúrgica o por una comunidad religiosa, deben contar con lectores que ejerzan este ministerio [54]. «La lectura de la Sagrada Escritura, que conforme a una antigua tradición se hace pública en la liturgia, no solo en la celebración eucarística, sino también en el Oficio divino, ha de ser tenida en máxima estima por todos los cristianos, porque es propuesta por la misma Iglesia, no por elección individual o mayor preparación del espíritu hacia ella, sino en orden al misterio que la Esposa de Cristo «desarrolla en el círculo del año»…» [55].

Todas las horas del Oficio tienen una lectura bíblica, ya sea larga, como en el Oficio de lectura —que tiene, además, otra patrística o hagiográfica—, ya sea corta, como en todas las demás horas. No obstante, en los Laudes y en las Vísperas, sobre todo en la celebración con el pueblo, la lectura bíblica puede ser más extensa [56].

«Quienes desempeñan el oficio del lector recitarán de pie, en un lugar adecuado, las lecturas, tanto las largas como las breves» [57]. La lectura deberá leerse y escucharse como una proclamación de la Palabra de Dios, que inculca con intensidad algún pensamiento sagrado y que ayuda a poner de relieve determinadas palabras de la Escritura [58].

Las lecturas del Oficio divino no están destinadas a ser cantadas; al proferirlas se ha de atender cuidadosamente a que sean leídas digna, clara y distintamente, y que sean percibidas y entendidas fielmente por todos [59].

22. La Palabra de Dios en la piedad popular

A la piedad popular se le suele dar mucha importancia en las comunidades cristianas. Como enseña la constitución conciliar sobre sagrada litúrgica, las celebraciones litúrgicas no agotan toda la vida espiritual de la Iglesia: «La participación e la sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual […] Se recomienda encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal de que sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia, en particular si se hacen por mandato de la Sede Apostólica […] Ahora bien, es preciso que estos mismo ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos» [60]. Las procesiones, los rosarios, las novenas y otros ejercicios piadosos han de ayudar al pueblo cristiano a enriquecerse en su fe y a participar mejor en las celebraciones litúrgicas. Por eso se insiste en que los ejercicios de piedad popular se inspiren en la Palabra de Dios según los leccionarios litúrgicos. De hecho, en los documentos del Magisterio de la Iglesia se dan pautas que tanto los lectores como los agentes de pastoral han de conocer:

«Es muy recomendable que las diversas formas con las que se expresa la piedad popular procuren, en general, que haya textos bíblicos, oportunamente elegidos y debidamente comentados» [61]. Además, «el modo litúrgico constituirá en cualquier caso, para la piedad popular, una especie de garantía de una correcta escala de valores, en la cual el primer lugar le corresponde a la actitud de escucha de Dios, que habla; enseñará a descubrir la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y a interpretar el uno a la luz del otro» [62].

23. Invitación final

El ministerio del lector debería ser un servicio litúrgico particularmente deseado por aquellos que participan fielmente en la liturgia de una manera más consciente y fructuosa. A ellos en particular parece decirles el Señor, como al profeta Ezequiel: «Toma este libro… y habla a la casa de Israel… y diles: «Así dice el Señor»» (cf. Ez 3, 1-11).

Es preciso, por tanto, suscitar vocaciones para lector y cuidar de formarlas espiritual y técnicamente. Las iniciativas surgidas, como cursos para lectores, merecen el máximo apoyo e interés por parte de los pastores y de los responsables de la vida litúrgica de las comunidades.

«La formación de los lectores es escuela bíblica y litúrgica, y una valiosa aportación a la pastoral. Por esto debe promoverse especialmente entre los jóvenes» [63].

Las delegaciones y secretariados diocesanos de liturgia tienen aquí una importante tara que realizar.

APÉNDICE
TEMARIO PARA UN CURSO
DE FORMACIÓN DE LECTORES

1. La Palabra de Dios en la historia de la salvación

Introducción

  • La palabra
  • Hablar significa comunicar
  • Dios ha hablado

1. Dios se ha revelado mediante «hechos y palabras» (DV 2; Verbum Domini 82; 92)

  • Dios ha manifestado el proyecto de salvación
  • Dios, cuando habla, actúa (la creación)
  • La revelación ha tenido lugar en la historia
  • La Palabra se hace Escritura y Libro

2. El Antiguo Testamento (DV 14-16; Verbum Domini 11-12)

  • Historia y testimonio de la fe de un pueblo
  • La promesa: los patriarcas
  • Éxodo, Pascua y Alianza
  • Los profetas, los jueces y los reyes
  • El exilio y la espera de la Nueva Alianza

3. Cristo y el Nuevo Testamente (DV 17-20; Verbum Domini 13; 37)

  • Cristo, culmen de la revelación divina (DV 4; Verbum Domini 7)
  • El misterio pascual
  • Los evangelios y la vida de Jesús
  • Los apóstoles proclaman la Palabra
  • Los restantes escritos del Nuevo Testamento

4. La respuesta al Dios que nos habla (DV 5)

  • La revelación hay recibirla con fe
  • La acción interior del Espíritu Santo
  • Carácter eclesial de la fe

2. La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia

3. La liturgia de la palabra

4. El Leccionario de la Palabra de Dios

5. El ministerio del lector

6. Orientaciones de carácter técnico

Bibliografía

Alonso Schökel, L., Comentarios a la constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación. Madrid, La Editorial Católica, 1969.

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Vaux, R. de, Instituciones del Antiguo Testamento. Barcelona, Herder, 1964.

2. La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia (Verbum Domini 60-89)

1. La Palabra de Dios en la Iglesia (Verbum Domini 50)

  • El pueblo de la Palabra de Dios
  • La Iglesia nace y se edifica por la escucha de la Palabra
  • La Iglesia anuncia el misterio de Cristo en el Antiguo y Nuevo Testamento
  • Puesto central de la Sagrada Escritura

2. La Palabra de Dios en la liturgia (SC 24; 33; 51; Dies Domini 41; Verbum Domini 6; 52; 86)

  • Diálogo entre Dios y su pueblo
  • Importancia de la Sagrada Escritura en la liturgia (Verbum Domini 52; 86)
  • De la Palabra al sacramento: los signos y la fe (Verbum Domini 53-55; 61)
  • El Espíritu acompaña a la Palabra (Verbum Domini 15-16)

3. Presencia de Cristo en su Palabra (SC 7; OGMR 55; Verbum Domini 52)

  • Diversos modos de presencia real de Cristo en la liturgia
  • En la Palabra, Cristo sigue anunciando el Evangelio
  • Honores litúrgicos a la Palabra de Dios (DV 21; OLM 10)

4. Características de la lectura litúrgica de la Palabra de Dios (OLM 4; Verbum Domini 11-13; 42; 52; 86; 91)

  • Es una lectura cristológica y pascual (Verbum Domini 11-13; 40-41; 91)
  • Es una lectura espiritual, es decir, «en el Espíritu»
  • Es una lectura sintética y vital
  • Es una lectura actualizadora y sacramental

Bibliografía

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Bernal, J. M., «La lectura litúrgica de la Biblia», en Phase 16 (1976), pp. 25-40.

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3. La liturgia de la Palabra

1. Formas de celebración de la Palabra de Dios

  • Las celebraciones de la Palabra (Verbum Domini, 65a)
  • La liturgia de la Palabra en la misa y en los sacramentos (Verbum Domini 53-55)
  • La lectura de la Palabra en el Oficio divino (Verbum Domini 62)

2. Elementos de la liturgia de la Palabra (Sacramentum caritatis 45; Verbum Domini 58; Evangelii gaudium 135-159)

  • Las lecturas bíblicas:
    • Evangelio
    • Antiguo Testamento (el profeta)
    • Nuevo Testamento (el apóstol)
    • El salmo responsorial
  • Las aclamaciones antes del evangelio
  • La homilía
  • La profesión de fe
  • La oración de los fieles

3. Ritos de la liturgia de la Palabra (OLM 11-31)

  • Lectura y proclamación
  • Actitudes corporales de los fieles
  • Ritual de la proclamación de la Palabra
  • El silencio

4. El lugar de la liturgia de la Palabra (OLM 17; OGMR 349; cf. Verbum Domini 57; 65; 67-68; 79)

  • Significado del ambón
  • Ambón y leccionario
  • El lugar de la Palabra en el arte cristiano (OLM 32-34)

Bibliografía

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4. El Leccionario de la Palabra de Dios

1. Qué es el Leccionario (Verbum Domini 57)

  • El modo normal y habitual de leer la Escritura en la liturgia
  • El libro de los «hechos y palabras» de Jesús siguiendo el Año litúrgico
  • Primacía del evangelio y ordenación de las restantes lecturas en torno a él (DV 18)
  • Un signo sagrado

2. El orden de lecturas de la misa (OLM 58-77; OGMR 357-362)

  • Estructuración del Leccionario y partes del mismo
  • Principios de la elección y ordenación de las lecturas
  • Composición del Leccionario dominical y festivo
  • El Leccionario ferial
  • El Leccionario de los santos
  • El Leccionario de las misas rituales, por diversas necesidades, votivas y de difuntos

3. Descripción del orden de lecturas por tiempos litúrgicos (OLM 92-110)

  • Adviento-Navidad
  • Cuaresma
  • Triduo sagrado y Tiempo pascual
  • Tiempo Ordinario
  • Solemnidades del Señor

4. Uso del Leccionario (OLM 78-91)

  • Facultad de elegir textos
  • Forma larga y breve de las lecturas
  • Lecturas feriales
  • Celebraciones de los santos
  • El salmo responsorial

5. Otros leccionarios (OGLH 140ss)

  • En el Oficio de lectura
  • En los Laudes y Vísperas
  • En las restantes horas del Oficio

Bibliografía

Bernal, J. M., «La lectura litúrgica de la Biblia», en Phase 19 (1976), pp. 25-40.

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«Praenotantos», en Pastoral Litúrgica 124-126 (1982), pp. 3-52, y al principio de todos los leccionarios.

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Vawter, B., «A vueltas con el Leccionario: responde un escriturista», en Concilium 11 (1975), pp. 160-169.

5. El ministerio del lector

Introducción. Significado de diaconía y ministerio

1. Una Iglesia toda ministerial (LG 12 y 18; Christifideles laici 20-21; 23-24; Verbum Domini 58; 77)

  • El «ministerio» de Cristo-Siervo
  • La Iglesia, servidora de Dios y de los hombres
  • Ministerio de la Palabra
  • Ministerio del culto y de los sacramentos
  • Ministerio de la caridad

2. Los ministerios eclesiales

  • Qué es un ministerio eclesial
  • Ministerios ordenados e instituidos
  • Ejercicio sin institución

3. El ministerio del lector

  • El ejemplo de Jesús en Lc 4, 16ss
  • Significado de la proclamación de la Palabra en la liturgia
  • Función propio del ministerio del lector
  • Competencias de los lectores
  • Actitudes personales para el ejercicio de este ministerio
  • Necesidad de preparación

4. Ejercicio del ministerio del lector

  • La lectura y la proclamación de las lecturas
  • Actitud corporal y vestidura del lector
  • El canto de las lecturas
  • El salmo responsorial
  • Las moniciones a las lecturas
  • El silencio

Bibliografía

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6. Orientaciones de carácter técnico

1. La preparación de las lecturas

  • Conocimiento del Leccionario y de las lecturas
  • Conocimiento del texto y de las exigencias de su género literario, así como de la estructura, valoración, etc.
  • Conocimiento de las leyes de la comunicación sonora

2. Técnicas de proclamación

  • Situarse ante la asamblea
  • Articulación y tono de la lectura
  • Ritmo de proclamación
  • Expresividad
  • Las pausas y los acentos
  • Leer con sinceridad y verdad

3. La sonorización y la iluminación

  • El equipo de megafonía
  • Utilización del micrófono
  • Iluminación ambón
  • Iluminación del libro y colocación de este

4. Ejercicios prácticos de lectura

  • Conveniencia de un trabajo de ensayo en equipo
  • Ejercicios de vocalización, respiración, ritmo, etc.
  • Corregir los defectos del lector
  • Algunos ejemplos:
    • Texto narrativo
      2 Sam 12, 1-7a. 10-17: 1ª lect. Sábado 3ª Semana del TO
      2 Re 4, 18b-21. 32-37: 1ª lect. a elegir en la 5ª Semana de Cuaresma
    • Texto parenético
      2 Tim 4, 1-8: 1ª lect. Sábado 9ª del TO
      1 Pe 5, 1-4: 1ª lect. 22 de febrero
    • Texto lírico
      Is 5, 1-7: 1ª lect. Domingo 27º del TO
      Cant 2, 8-14: 1ª lect. 21 de diciembre
    • Texto meditativo
      Sir 1, 1-10: 1ª lect. Lunes 7ª Semana del TO
      Ef 4, 7-16: 1ª lect. Sábado 29ª Semana del TO
    • Interrogaciones
      Rom 8, 31b-39: 1ª lect. Jueves 30ª Semana del TO
    • Vocabulario
      Sab 7, 22 – 8, 1: 1ª lect. Jueves 32ª Semana del TO
      Mt 1, 1-25: Ev. misa vespertina, vigilia del 25 de diciembre

[1] Cf. 1 Cor 12,4-6; Rom 12,6-8; Ef 4,11-12.

[2] Cf. Lc 22,27; Mt 20,28; LG 29.

[3] Ritual para instituir lectores y acólitos (1974), n. 4: «Homilía» p. 20.

[4] Cf. PABLO VI, Motu proprio Ministeria quaedam (15 de agosto de 1972); Código de derecho canónico (CIC), can. 230/1.

[5] Cf. CIC, can. 230/2.

[6] Cf. BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini (2010), n. 8.

[7] Ordenación de las lecturas de la misa (21981) (OLM), «Praenotandos» n. 3.

[8] DV 21; cf. 23. Asimismo, SC 51; Ordenación General del Misal Romano (32005) (OGMR), nn. 57; 355; Verbum Domini 68.

[9] Verbum Domini 52; 72; 86.

[10] SC 7; Cf. OGMR 27; 29; 55; Verbum Domini 52; 56; BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Sacramentum caritatis (2007), n. 45.

[11] Cf. Verbum Domini 86; 124.

[12] SAN AGUSTÍN, Enarr. in Ps. 103, Serm. 4,1, CCL 40, p. 1521.

[13] SAN AGUSTÍN, Serm. 3,3, ibid., p. 1501.

[14] Cf. LG 24; 31; AA 2.

[15] L. ALONSO SCHÖKEL, «Consejos al lector», en Hodie 17 (1965), p. 82; cf. Verbum Domini 58.

[16] Cf. OGMR 59; OLM 49.

[17] Cf. ibid.

[18] PABLO VI, Ministeria quaedam 5.

[19] Cf. CIC, can. 230/2.

[20] Cf. SC 35/3; OLM 42.

[21] Cf. OGMR 194-198.

[23] Todo cristiano, y especialmente aquel que ejerce el ministerio de lector, ha de tener presente lo que Juan Pablo II enseña en la exhortación Ecclesia in Europa (2003): «Que todos los fieles acojan la exhortación conciliar a “la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ‘sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús’ (Flp 3,8)”, “pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”. Que la Sagrada Biblia siga siendo un tesoro para la Iglesia y para todo cristiano: en el estudio atento de la Palabra encontraremos alimento y fuerza para llevar a cabo cada día nuestra misión. ¡Tomemos este libro en nuestras manos! Recibámoslo del Señor, que lo ofrece continuamente por medio de su Iglesia (cf. Ap 10,8). Devorémoslo (cf. Ap 10,9) para que se convierta en vida de nuestra vida. Gustémoslo hasta el fondo: nos costará, pero nos proporcionará alegría, porque es dulce como la miel (cf. Ap 10,9-10). Estaremos así rebosantes de esperanza y capaces de comunicarla a cada hombre y mujer que encontremos en nuestro camino» (n. 65).

[24] «Hay una estrecha relación entre el testimonio de la Escritura, como afirmación de la Palabra que Dios pronuncia por sí mismo, y el testimonio de vida de los creyentes. Uno implica y lleva al otro. El testimonio cristiano comunica la Palabra, conformada por la Escritura. La Escritura, a su vez, explica el testimonio que los cristianos están llama-dos a dar con la propia vida. De este modo, quienes encuentran testigos creíbles del Evangelio se ven movidos así a constatar la eficacia de la Palabra de Dios en quienes la acogen» (Verbum Domini 97).

[25] Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Instrucción Eucharisticum mysterium (1967), n. 10; SC 56; 59; PO 4.

[26] Cf. OLM 51; Verbum Domini 58.

[27] OGMR 99.

[28] Cf. OGMR 208.

[29] Cf. Ministeria quaedam 10.

[30] Cf. Ritual para instituir lectores y acólitos (1974), pp. 13-18.

[31] Cf. OLM 52; CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instrucción Redemptionis sacramentum (2004), n. 46.

[32] Cf. SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Directorio del equipo de animación litúrgica. Directorio litúrgico-pastoral. Plan de formación. Madrid, PPC, 1989.

[33] Cf. Verbum Domini 58.

[34] Cf. Instrucción sobre la traducción de textos litúrgicos (25 de julio de 1969), n. 30; asimismo, cf. Instrucción Liturgiam authenticam (20 de marzo de 2001).

[35] Cf. SC 14; 27; 48; 128.

[36] Cf. Verbum Domini 34.

[37] Cf. OGMR 336.

[38] OLM 54.

[39] OGMR 40.

[40] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS Y DEL CONSILIUM, Instrucción Musicam sacram (1967), n. 31.

[41] Cf. Verbum Domini 67.

[42] Cf. Musicam sacram 29; SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Canto y música en la celebración. Directorio litúrgico-pastoral. Madrid, PPC, 2007.

[43] Cf. Musicam sacram 33; OGMR 61; SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, El salmo responsorial y el ministerio del salmista. Directorio litúrgico-pastoral. Madrid, PPC, 2004.

[44] Cf. Sacramentum caritatis 45.

[45] Cf. OGMR 105 b.

[46] Cf. OGMR 31.

[47] Cf. SC 30; OGMR 56; 128; Sacramentum caritatis 55; Verbum Domini 59.

[48] Cf. OGMR 56.

[49] Cf. DV 21; Verbum Domini 57.

[50] Cf. OGMR 60; 117.

[51] OGMR 309.

[52] De ahí que en la OGMR se afirme: «Desde el ambón únicamente se proclaman las lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual; puede también hacerse desde él la homilía y las intenciones de la oración universal. La dignidad del ambón exige que a él sólo suba el ministro de la palabra».

[53] SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Directorio para las misas con niños (1973), n. 47.

[54] Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Ordenación General de la Liturgia de las Horas (2 de febrero de 1971) (OGLH), nn. 20-27; asimismo, Verbum Domini 62.

[55] OGLH 140.

[56] Cf. ibid., 46.

[57] Ibid., 259.

[58] Cf. ibid., 45.

[59] Cf. ibid., 283.

[60] SC 12-13. Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002), n. 13.

[61] DPPL 88. «Del mismo modo que en las celebraciones litúrgicas, también en los ejercicios de piedad los fieles deben escuchar con fe la Palabra, debe acogerla con amor y conservarla en el corazón; meditarla en su espíritu y proclamarla con sus labios; ponerla en práctica fielmente y conformar con ella toda su vida» (DPPL 193). JUAN PABLO II, en su carta Rosarium Virginis Mariae, señala lo siguiente: «Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para mí»» (n. 30). «Tomad con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana» (n. 43).

[62] DPPL 89. «Desde el punto de vista litúrgico se deberán orientar las procesiones, incluso aquellas de carácter más popular, hacia la celebración de la liturgia […] estableciendo un momento inicial de oración, en el cual no falte la proclamación de la Palabra de Dios; valorando el canto, preferiblemente de salmos y las aportaciones de instrumentos musicales» (DPPL 247).

[63] «La celebración de la eucaristía con los jóvenes», en Pastoral litúrgica 123 (1982), p. 18; cf. Verbum Domini 73; 75.

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