Carta de Mons. D. Enrique Benavent Vidal
Arzobispo de Valencia
Domingo, 28 de mayo de 2023
La solemnidad de Pentecostés no es únicamente el día en que finaliza el tiempo pascual. Celebramos el acontecimiento en el que la Pascua llega a su plenitud. El Espíritu que el Padre envía sobre la Iglesia naciente, que penetra hasta lo más profundo del corazón de los creyentes y que llena toda la tierra, es el fruto de la Pascua. Cristo vivió, oró, murió y resucitó para alcanzarnos el don del Espíritu de modo que, perdonados nuestros pecados y hechos criaturas nuevas por su acción en nuestros corazones, amemos a Dios, vivamos como hijos suyos y alcancemos la meta a la que hemos sido llamados en nuestro bautismo: la santidad.
Su presencia y su acción en nosotros es tan discreta y silenciosa que fácilmente caemos en un “olvido del Espíritu”. Y, por otra parte, es absolutamente necesaria para la vida cristiana, que es la vida de la gracia. Si en cada uno de nosotros hay algo de santidad es porque el Él habita en nuestro interior; si en algún momento tenemos una experiencia verdadera de oración, es porque el Espíritu nos enseña cómo debemos orar y nos mueve a decir a Dios “Abbá”; si a lo largo de nuestra vida logramos vencer las apetencias egoístas que nos dominan, es porque no vivimos según las obras de la carne, sino según el Espíritu… Todo lo que hay en nosotros de bueno y santo es fruto de su acción en nosotros.
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